Un tuit incitando a la violencia ha provocado que Núria Pla, vicerrectora de Calidad y Política Lingüística de la Universidad Politécnica de Cataluña, dimitiera de su cargo.
Con motivo de la Diada -la fiesta nacional de Cataluña, que tiene lugar el 11 de septiembre y que en su origen tuvo una intencionalidad cultural identitaria, aunque en los últimos años se ha convertido en una ocasión perfecta para la reivindicación política independentista-, la señora Pla (García, de segundo apellido) afirmó que tenía “ganas de fuego, de contenedores quemados y del aeropuerto colapsado”, haciendo referencia a los acontecimientos violentos ocurridos en el pasado con enormes daños para Cataluña en términos económicos, de seguridad y de reputación.
Este hecho reciente nos recuerda uno de los más graves problemas que tiene la nación española: la deriva totalitaria del discurso político nacionalista catalán. Este totalitarismo se observa sobre todo en la violencia, implícita o explícita, que impregna todo el discurso catalán. Basados en la ilusión de una supuesta superioridad de la raza catalana, se debe necesariamente hablar catalán, de lo contrario, eres menos, vales menos, incluso eres estigmatizado, como ha sucedido con empresarios y emprendedores que decidían hacer uso de la lengua española, en lugar de la catalana, como vehículo de comunicación en sus negocios.
Algo similar se vivió también durante el nazismo. Es el camino de la raza que se considera la más pura y que necesita encontrar, como chivo expiatorio de todos sus males, un enemigo que justifique todas sus desgracias, incluso de aquellas que son consecuencia de su propia ineptitud, incompetencia y corrupción. Por fortuna, no hay ninguna posibilidad de un genocidio de españoles en Cataluña, pero es necesario denunciar la violencia física, emocional y fiscal que está instalada en una parte de la sociedad catalana contra todo lo que huela a España, y que ha provocado en la región catalana la mayor huida de capital y de empresas de toda la historia democrática. Su mayor referente mundial, el antaño temido Fútbol Club Barcelona, es el mejor ejemplo de la crisis que vive Cataluña: un equipo roto y en quiebra, por obra y gracia de decisiones erróneas e inmorales, no tomadas en Madrid, sino Barcelona, por la peor camada de líderes de la que hemos sido testigo. Sin profundos valores éticos, con qué facilidad la grandeza deriva en miseria.