La transformación educativa es el pomposo título que le dan de nuevo a lo que fue el fracaso de la reforma educativa. Van cambiando los conceptos pero mantenemos lo mismo, la escasa capacidad de poder hacer de la educación un vector de cambio y de desarrollo en el país. Seguimos invirtiendo muy poco, 1% fue la inversión durante el stronismo, 3% -aproximadamente- en democracia, pero lejos del 6% a 7% que recomienda la Unesco como piso.
Todavía hay países que invierten mucho más y tienen una política educativa que se sostiene en el tiempo y en donde la calidad es un factor determinante. Y en esto juegan todos, los maestros que deben procurar ser cada vez mejores y no sindicalizarse para tratar de reclamar aquello que saben perfectamente que no está adecuado a la realidad, deben también cumplir lo que dice la ley educativa con respecto a la cantidad de días de clases.
Nadie enseña 200 días en aulas en todo el Paraguay y menos todavía se ha dado en circunstancias de pandemia en estos dos últimos años, todavía más agravados en la ya escasa visibilidad y eficacia de la educación en el Paraguay.
Esta cuestión no es suficientemente clara cuando se trata también de contratar consultorías muy caras que no aportan absolutamente nada para el cambio en el modelo de percepción de lo que nosotros creemos deba hacerse en educación y como siempre, así como culparon a la reforma educativa a Harvard esta segunda culparan a la universidad de Columbia y en menor grado a la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Eso hará que los paraguayos asumamos nuestra propia responsabilidad de diseñar una educación adecuada a nuestros requerimientos y fundamentalmente cumplir los mandatos de dicha acción.
