Hay más interrogantes que respuestas concretas
“La demanda de la vacuna Sputnik V en el exterior es realmente alta. Es tan alta que supera considerablemente las capacidades productivas” admitió semanas atrás el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov. Y agregó: “La campaña de vacunación nacional es nuestra prioridad absoluta. Han sido movilizadas todas las capacidades de producción, que en primera instancia trabajan para el mercado interno”.
Está claro, ¿verdad? El Instituto Gamaleya de Moscú no tiene posibilidades de cubrir toda la demanda mundial en la que está incluido Paraguay. Este factor no se ha modificado, incluso se ha agravado, si se tiene en cuenta que Rusia habrá logrado inmunizar apenas el 30% de su población de 146 millones para fines de este mes, y el 45% para agosto. Son cifras bastante modestas para un país que ha sido pionero en la creación de vacunas contra el coronavirus.
Luego está el culebrón de la Oxford-AstraZéneca. De pronto empezó a circular la historia de casos de trombosis (coágulo sanguíneo que se forma en una vena profunda) registrados en personas vacunadas con el específico inglés. Sin embargo, la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) dictaminó claramente que la Oxford-AZ es “segura y eficaz”. ¿A qué viene entonces tantos timbres de alarma disparados al mismo tiempo? La respuesta podría ser la siguiente. La comunidad médica de la EU coincide en que “la vacuna es segura y necesaria. Todos los organismos médicos la han avalado pero son los políticos los que detienen su distribución” acusó el doctor Daniel Prieto-Alhambra, referente del Centro de Estadísticas Médicas del Reino Unido (ox.ac.uk) Buscando más datos encontramos que la OxfordAZ fue creada por dos universidades británicas sin pretender beneficios económicos. Tal vez por eso sea la más barata, además de que se puede stockear y transportar con facilidad. Y el precio no es un factor menor. Mientras una OxfordAZ cuesta el equivalente a 3 euros, la Janssen vale 7, la Pfizer 15 y la Moderna 21.
A este torrente de información que nos llega del exterior se añade una comunicación pobre del Ministerio de Salud. Es cierto que los primeros que dieron la cara al comienzo de la pandemia hoy son historia. Es el precio que se paga en la función pública en tiempos de emergencia, sobre todo sanitaria. A veces, esa circunstancia deriva en un aprendizaje, cosa que en materia de comunicación la gente de Gobierno no termina de asimilar.