Nunca, como en tiempos de pandemia, ha sido tan exigible la demanda de calidad de nuestros servidores públicos. Es ahí en donde estamos viendo todas las grandes realidades de gestión que tendría que enfrentar cualquier persona en tiempos ordinarios y que a veces los tiempos extraordinarios, como los actuales, permiten vislumbrar hasta dónde estábamos tan mal administrados.
También, por qué no, es el momento del surgimiento de nuevos liderazgos de personas que entienden que la tarea de la política es la del servicio o la fase más elevada del amor. Es aquí en donde tendríamos que encontrar los factores que permitan renovar por completo la clase dirigente de este país, que ha mostrado un notable sentido de vanidad, de codicia y de sinvergüencería a lo largo de todo este tiempo.
Esto tiene que ser una doble tarea. Tenemos que ser exigentes con respecto a qué tipo de líderes queremos hacia el futuro. Debemos ver en términos concretos y en perspectiva el costo que tiene la mala calidad de los servidores y el daño que nos ha hecho durante todo este tiempo, el tener a personas que se han robado no sólo nuestros sueños, sino también la vida de nuestros seres queridos.
Necesitamos entender esa lógica para cambiar definitivamente la realidad política del país y hacer posible aquel dicho que afirma que cada pueblo tiene el Gobierno que se le parece.
