Por Cristian Nielsen
Son interesantes todas las connotaciones que tiene la palabra contrabando. Su origen se remonta a la época colonial, cuando todas las actividades económicas estaban reguladas férreamente por edictos y bandos de la corona. El comercio, la producción y la industria estaban loteados y adjudicados a los “oficiales de la corona” es decir, notables que, por sus apellidos y títulos nobiliarios, eran los destinatarios naturales de cada adjudicación.
El nuevo mundo aportó a España toda clase de artículos hasta entonces desconocidos o que podían producirse en forma abundante en estas tierras. El algodón, el azúcar, el tabaco, la yerba mate y las maderas preciosas fluían a raudales hacia la Metrópoli y las demás ciudades del Virreinato.
En sentido contrario, venían del viejo mundo los artículos que aquí no se producían: vajillas, mobiliario, prendas de todo tipo, cristalería, bebidas finas, esencias y, sobre todo, herramientas de trabajo y armas.
Cada una de estas líneas alimentaba corrientes comerciales de ida y vuelta por canales que eran propiedad de los grandes apellidos de fuerte vínculo a la corona española. Estos intereses estaban resguardados por decretos reales, edictos y bandos que prohibían al “común” exportar o importar productos similares reservados para las elites con protección oficial.
Hacerlo era ir contra la ley, contra el bando.
DESAFÍO AL PODER – Aparte de la yerbamate, el Paraguay colonial tenía en el tabaco un rubro muy rendidor, tanto que hacia 1780 –escribe Guido Rodríguez Alcalá- «se estableció el estanco o monopolio gubernamental del tabaco en la provincia del Paraguay, que quedó autorizada a dedicarse al cultivo de la planta y su elaboración, una autorización negada a otras provincias del Virreinato…” . Pero, agrega el escritor, el sistema solo funcionaba a favor de las rentas de la corona española y los productores solo podían venderle al estanco al precio que éste fijaba. Hartos de ser explotados, muchos tabacaleros terminaron por abandonar el rubro y los que quedaron, prefirieron venderlo de contrabando antes de entregarlo a vil precio.
De donde se deduce que esto de contrabandear tabaco y sus productos viene de muy lejos.
En el Paraguay de mediados del siglo XX, dos rubros se volvieron las estrellas rutilantes del contrabando: whisky y cigarrillos. Grandes apellidos se fundaron y consolidaron con la triangulación de estos productos introducidos libres de impuestos y reexportados a los países vecinos… en fin, contrabandeados.
NACIONALISMO ECONÓMICO – Para los años ’50 y ’60, la furia industrializadora y la doctrina de sustitución de importaciones generó en Argentina y Brasil un esquema proteccionista que cerró sus mercados a todo producto importado. Altísimas barreras arancelarias hicieron que un automóvil fabricado en USA o Europa costara tres o cuatro veces más que uno de factura nacional. Lo mismo pasaba con productos de lujo como los whiskies escoceses o los cigarrillos norteamericanos. Y, como dicen, la ocasión hace al ladrón.
En Argentina, el criollo Old Smuggler o la caña quemada Legui no tenían oportunidad alguna frente al Caballito Blanco (White Horse) o el imponente Johnny Walker etiqueta negra que entraban a raudales desde el Paraguay. Tampoco podían competir, ni siquiera en precio, los cigarrillos made in Argentina como los Particulares o los presuntuosos Jockey Club frente a los demoledores Marlboro, Kent o Pall Mall de las tierras del tio Sam. Fueron tres décadas de imperio absoluto de estos rubros fundadores de grandes familias que gozaron, por supuesto, de la protección e impunidad absoluta del poder político-militar vigente en esos días.
De Argentina, en sentido inverso al de los whiskies y cigarrillos, llegaban otros productos más básicos: harina introducida en grandes cantidades con protección de la Armada y un sinfín de productos de consumo diario con Itá Enramada y Falcón como puertos de ingreso. El contrabando hormiga era –y sigue siendo- trabajo de gente humilde que debe pagara su diezmo a las corruptas redes de “lucha contra el contrabando” que aparecen, se diluyen y vuelven a aparecer para dar la falsa imagen de que al Estado le importa combatir el contrabando.
Ayer, hoy y siempre.
EL “CONTRABANDO MALO” – A partir de los ’70 y principalmente de los ’80, los canales logísticos del contrabando empezaron a teñirse de negro.
Descubrimos que producir y vender los derivados del cannabis es un buen negocio. “Plantamos marihuana porque nos da plata y vienen a comprarla acá” se descargaba poco después del golpe del ‘89 un productor del Canindeyú, cansado de cultivar maíz, mandioca o poroto para que se le pudriera en su capuera o se lo compraran por monedas. Hoy la marihuana va por toneladas a Brasil y Argentina.
Después de Parque Cué (1990) comprobamos que la cocaína transitaba por territorio paraguayo gozando de protección política, sucediendo lo inevitable: del tránsito se pasó al consumo y de éste, a la fabricación y, finalmente, su envío de contrabando a los grandes mercados vecinos.
El “contrabando malo” sumó otros rubros como armas y tráfico humano, generando además un subproducto hiper pesado, el lavado de dinero.
Ir contra el bando ha sido y sigue siendo una industria muy rentable. Ayer, tabaco en bruto. Hoy, cigarrillos empaquetados pero no estampillados.
El desafío al poder sigue abierto, más que nada, porque se ha convertido en un poder en sí mismo.