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¿Dónde está la ONU en el ataque de Rusia a Ucrania?

Sólo los fanáticos de la diplomacia, o aquellas personas que viven fastuosamente de la carrera diplomática con contratos o intereses en ciertos organismos multilaterales, se atreven a negarlo: la ONU debe cambiar, y no sólo por el aristócrata veto que tienen algunos países. La guerra en Ucrania es otra prueba más, otro hecho irrefutable, de que la ONU, así como está, no sirve para evitar graves atentados contra la paz y la seguridad de las naciones.

En los conflictos realmente gordos, en los momentos de la verdad, sorprende la ineficacia de la Organización de Naciones Unidas. Cuando Putin dio inicio al asalto a Ucrania, el Consejo de Seguridad de la ONU, el órgano competente para garantizar la paz y frustrar conflictos, se reunió con el fin de aprobar una resolución que condenase a Rusia, cosa que no fue posible llevar a cabo porque Rusia ejerció su derecho a veto, un privilegio reconocido en 1945 en la Carta Magna de Naciones Unidas.

Aquellos países que sintieron tener un deber con la historia y la humanidad salieron en defensa de Ucrania; llevaron el asunto de la agresión rusa a la Asamblea General de la ONU, donde no hay derecho de veto: 142 países, de 194, votaron a favor de la condena a Putin. De nada sirvió, porque la Carta no obliga a cumplir lo que la Asamblea delibera, aprueba y decide. Es decir, las Naciones Unidas, como institución, con demasiada frecuencia no sirve para el propósito con el que fue fundada. En efecto, la ONU, así como está, se ve incapaz de evitar que actúen con impunidad los llamados “países fuertes”, como Rusia, o incluso los débiles si están amparados por alguno de los cinco colosos. Por eso no debe sorprender a nadie que el Secretario General, António Guterres, no haya mediado en el conflicto ucraniano para intentar influir en Putin un comportamiento más acorde con el derecho internacional. A pesar de ser una persona altamente idónea, sin duda mucho más que Emmanuel Macron, el diplomático portugués ha preferido quedarse en Nueva York antes de viajar a Moscú o a Kiev para hacer una ridícula puesta en escena publicitaria, un brindis al sol sin mayores consecuencias, como la que han protagonizado la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el alto representante de la UE para la Política Exterior y de Seguridad, Josep Borrel. Guterres sabe que no debe exponerse a sufrir un humillante desplante por parte de Putin o, peor aún, acrecentar su furia.

Pablo Álamo Hernández
Pablo Álamo Hernández
PhD en Economía y Empresa. Profesor internacional de la Universidad Sergio Arboleda y de la Univeridad de Columbia del Paraguay

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