Marta Lagos, directora de Latinobarómetro, estima que la tercera ola democrática en América Latina ha llegado a su fin. La sucesión de “contiendas electorales, acusaciones de corrupción, presidentes presos, empresas corruptas, y las migraciones masivas más altas de la historia” son el resultado de acontecimientos políticos y fenómenos sociales “que pueden haber sucedido –estima- mucho tiempo antes que se haya tomado consciencia de ellos”.
El enfoque es interesante porque invita a fijar la atención en hechos que, de tan reiterados, terminan por naturalizarse e incorporarse a la agenda diaria de los países.
Chile, la patria de la consultora, se vio envuelto a fines de 2019 en un caos de violencia, destrucción y muerte sin precedentes, ni siquiera antes del golpe de 1973. Por mucho menos, Salvador Allende y la Unidad Popular fueron desalojados del poder por el pinochetazo del 11 de setiembre. Sin embargo, apagados los incendios en Santiago, la calma parece haber vuelto –al menos superficialmente- como si nada hubiera pasado. Piñera cedió a las presiones a costa de perder más de la mitad de su popularidad, reducida a un 10%. ¿Cómo se puede gobernar un país con semejante inestabilidad?
Evo Morales, refugiado en Argentina, ha desnudado su verdadera naturaleza al expresar que “si volviera a Bolivia organizaría milicias populares al estilo venezolano”. Es decir, formaría los que en Venezuela se conocen como “colectivos”, bandas armadas que asuelan el país asesinando, extorsionando e instalando el terror. Eso significa que ya que no pudo perpetuarse en el poder por los votos en unas elecciones fraudulentas, Evo lo intentará por la vía de las armas. ¿Guevarismo tardío?. Y la propia Venezuela, un absurdo que ya supera todos los límites del ridículo, con dos presidentes, dos asambleas y una economía en donde el salario es de US$ 3 dólares que apenas alcanza para un kilo de pan y medio litro de leche.
Todo eso se lo vive a diario desde las noticias o la experiencia personal. Y nada parece ponernos en alerta frente a ese progresivo deterioro de la estructura institucional de países que supieron sacudirse feroces dictaduras e iniciar una andadura democrática que en algún punto nos pareció sólida y duradera.
Si es cierto que el precio de la libertad es la eterna vigilancia, ¿no estaremos bajando la guardia?