Por Griselda Yúdice
Esta semana conversando con un taxista me comentó que la pandemia le afectó mucho, y no solo económicamente, sino que psicológicamente. Muy sentido, me dijo que tuvo días que durante toda la jornada laboral no lograba ni un viaje, y que tener que volver a su casa sin nada le estresaba. Me conmovió mucho, el tono de su voz denotaba tristeza y frustración por no poder ganar el sustento familiar.
Por otro lado, un sector que tiene mucha demanda es el servicio de deliverys. Los vemos en gran cantidad circulando a toda hora, la mayoría en motos pero también los hay en bicicletas, los reconocemos por sus canastas en las que llevan todo tipo de mercaderías.
Estos trabajadores y trabajadoras de entrega de encomiendas son hoy un servicio imprescindible. Nos acercan a casa todo lo que necesitamos y así evitamos exponernos. Nosotros y nosotras quedamos protegidos pero si detenemos un poco la mirada veremos a estas personas desarrollando su trabajo en total indefensión; sin salario fijo, sin contrato, sin seguro social, alimentándose a las apuradas en plazas y veredas.
Algunas empresas los tienen incorporados como trabajadores dependientes pero en la mayoría de los casos son personas que deben poner su vehículo y generar, de acuerdo a los pedidos, su salario. Muchos trabajan para las empresas de aplicaciones de envíos que sin reconocerlos como sus empleados imponen sus reglas de trabajo y se quedan con un alto porcentaje del pago.
En peores condiciones se encuentran los miles de despedidos que deja esta crisis y que aumenta día a día. Se creó un subsidio para la suspensión temporal de contrato, sin embargo, miles fueron directamente despedidos y despedidas ¿Por qué los patrones no salvaron esos puestos de trabajo realizando la suspensión temporal? ¿Será que tenían a sus trabajadores sin IPS y por eso no pudieron acceder a ese subsidio?
La cuarentena vino a desnudar aún más la desamparo laboral pero la precarización, explotación e informalidad no son problemas nuevos.
Hoy la insistencia del gobierno liderado por Mario Abdo Benítez de repetirnos sus cifras grandilocuentes escoden el pesar de las personas; de los suspendidos sobreviviendo con un millón mensual, de los informales arreglándoselas con dos pagos de 500mil y los despedidos y quienes no accedieron a ningún subsidio abandonados a su suerte.