Por Florencia Parodi
La industria del vino es una de las que más ha trabajado en este concepto, especialmente en Europa, por eso, cuando vemos una etiqueta de vino francés, no solemos encontrar la variedad de uva, pero sí algún nombre de zona, región, etc.
Esta Denominación de Origen (DO, DOC, AOC, DOP, etc.) no solo indica el lugar, sino que normalmente implica una serie de requerimientos especiales en cuanto a las cepas utilizadas, el estilo, la guarda, el cultivo y cosecha de las uvas.
Por ejemplo, en Champagne solo se pueden usar 7 cepas; en Rioja España, los Gran Reserva deben pasar al menos 5 años de guarda antes de salir al mercado, etc. El sistema de DO puede tener niveles de calidad, pero ya de por sí, suele ser garantía de un producto superior.
En el nuevo mundo, las DOs no están muy desarrolladas, ya que fue justamente en este continente, donde hace unas décadas cambiaron el sistema del origen por el de las cepas. Sin embargo, varios países han entendido la influencia del terruño en el vino, y por ende, han empezado a desarrollar su legislación. No obstante, muchas de ellas todavía están relacionadas con límites territoriales y no tanto con estilos de vinos y formas de elaboración.
¿Qué quiere decir para el consumidor “común” como nosotros? Que cuando compramos un vino con DO, nos llevamos un producto elaborado en un terroir específico, muchas veces bajo requerimientos especiales de producción, y por ende, con un estilo diferenciado.
Entonces, si bien estamos acostumbrados a buscar un Malbec o un Cabernet en la góndola, es interesante animarse a probar y a conocer lo que las DOs tienen para contarnos. Nuevamente, una tarea que disfrutarán mucho.