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De renunciantes y de perdedores

El dejar a un lado una carrera, competencia, relación o compromiso no está o debe estar en la cabeza de nadie solo pensar en ganar o perder. En los Estados Unidos se encuentra viviendo una transición dura en su formación cómo seres humanos por darse cuenta del aumento de divorcios, su paso flojo en las últimas olimpiadas, que suele ser un evento deportivo en que dejan claro esa filosofía de vida de diferenciar entre ganadores y perdedores y otras actividades de la vida cotidiana.

En ese país toman cómo un hábito coleccionar medallas de oro y han tenido curiosos casos de atletas que levantaron la toalla blanca y colgado los guantes habiendo sido puestos en el spotlight de las expectativas sociales muy elevadas cómo la gimnasta Simon Biles que renunció de la competencia olímpica cuando se esperaba que lidere el equipo que no quería ser recibido en casa cómo perdedores.

En Estados Unidos no ven la renuncia no cómo algo aceptable, racional y entendible y llevan a veces a demonizar y cuestionar esta decisión tan humana como real. Al ser preguntados porque están renunciando ahora responden; «no vamos a renunciar porque seamos débiles» sin embargo, renunciamos porque somos inteligentes.

Aprender a renunciar
Quizá no sea un aspecto visto en un solo país sino en el mundo donde también se está viendo gente que renuncia a sus cuentas de redes sociales o las cambia para hacer uso de otras funciones, para seguir a gente que también han renunciado a redes que comparten en común o para buscar personas nuevas.

No hay ninguna estación media entre el renunciar o ganar para parar, o se gana o se deja de correr, es el código de toda carrera en la que se destaca al vencedor o al que se esperaba que gane más resultó ser un perdedor. Así son las cosas todos los días en nuestras vidas pero siempre queremos que la pero ola nos diga: toma todo cuando la vida no es así.

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