La semana pasada, el modesto exmandatario de Uruguay José “Pepe” Mujica (2010-2015), recibió en Buenos Aires el collar de la orden del Libertador San Martín, la máxima distinción que otorga la República Argentina, que desde 1957 se reserva solo a personalidades extranjeras. Sin protocolos y con un saco gastado y sin corbata, la noticia del reconocimiento no tuvo mayor eco a nivel internacional y pudo haber pasado para muchos como un premio más. Mujica, no es el primer honrado con esta distinción ni será el último, pero resulta interesante mirar de cerca la lista de los que anteriormente se colgaron al cuello insignias similares. Hay de todo y bien surtido, gente que pasó y pasará a la historia y otros que no merecen ni el desprecio.
Pepe Mujica integró el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros y pasó 15 años de su vida en prisión durante la dictadura cívico-militar. Los 12 años de duras condiciones de aislamiento lo llevaron a alternar entre un pozo o diversas pocilgas sin luz y casi sin comida. La película “La noche de 12 años”, presentada en la Mostra de Venecia, recrea ese tiempo. Resulta interesante las reflexiones de quién se levantará, arrastrándose desde el suelo para llegar a ser presidente electo. La orden militar era muy clara: “Como no pudimos matarlos, los vamos a volver locos”. La naturaleza nos puso los ojos para mirar hacia adelante, y para eso hay cuentas que no se deben intentar cobrar, porque de todos modos no las pagará nadie, pero si alguien saca algo viendo la película, habrá valido la pena, concluía Mujica.
Nelson Mandela, Premio Nacional de la Paz en 1993 y 1995, encarcelado durante 27 años – primero en la isla Robben y después en las prisiones de Pollsmoor y de Víctor Verster-, fue excarcelado en 1990 en medio de una convulsión social en Sudáfrica. Luchó para abolir el apartheid y establecer las elecciones generales de 1994, en las que llevó al Congreso Nacional Africano al triunfo en las urnas. También recibió el mismo premio que Mujica.
Cabe destacar que, de los condecorados por Argentina, solo dos pasaron por situaciones de prisión, torturas, vejaciones y humillaciones psicológicas. No cabe duda que la madera de la que están hechos estos expresidentes, no abunda en el mercado y la falta de rencor y espíritu de venganza es un ejemplo que gran parte de los estadistas no han imitado, ni siquiera por una cuota de pudor, ya que son en su mayoría personalidades globales que el mundo mira y presume que darán el ejemplo, por su condición de célebres.
Hay una larga lista que comparte el honor de la Orden del Libertador San Martín, con mayor o menor gloria, a juzgar por el lugar en que los colocó la historia, o bien por el lugar que eligieron desde sus tiránicos gobiernos.
A nivel de las monarquías, la reina Isabel y el fallecido príncipe Felipe de Inglaterra recibieron el preciado collar, junto a los emperadores Akihito y Michiko de Japón; los reyes Balduino y Felipe de Bélgica, la reina Juliana y el príncipe Bernardo de Holanda, el rey Bhumibol Adulyadej de Tailandia, el emperador Rezah Pahlevi y la emperatriz Farah Diba de Irán, los reyes de Suecia y los de Noruega, que seguramente algún buen servicio habrán prestado al vecino país. Pero en 1978 el rey emérito Juan Carlos I, fue condecorado por el dictador Jorge Rafael Videla durante su viaje a la Argentina en 1978. Posteriormente, sus afanes por los safaris en África, lo mostraron impunemente junto a sus trofeos de cacería, para terminar imputado por corrupción, causa que no avanza porque el ex monarca no volvió a aparecer por el reino de España.
Otros merecedores fueron el General Charles De Gaulle, Hosni Mubarak y Kofi Anna, cerrando la lista de personalidades mundiales.
En 1954, el presidente Juan Domingo Perón, hombre sabio a la hora de establecer aliados, le puso el collarín a Alfredo Stroessner. Si bien no existía internet, había muchos exiliados en Buenos Aires, que precisamente no hablaban maravillas del dictador que mantuvo su poder tanto tiempo a sangre y fuego. Éste luego retribuiría tales honores poniendo a su disposición la Cañonera Paraguay, el 20 de setiembre de 1955, y Perón permanecería en la nave hasta el 2 de octubre del mismo año, en que emprendió viaje hacia Asunción.
Poco tiempo después, en 1957, la foto no deja lugar a dudas: Evita Perón otorga el mismo trofeo al del Generalísimo Francisco Franco de España, con singulares parecidos con Stroessner al desatar guerra civil española y un régimen de terror por casi 40 años. Algunos autores afirman que entre 9.000 y 15.000 fueron los exiliados españoles que terminaron en campos de concentración nazis, de los que sobrevivieron la mitad, determinándose para su periodo de facto unas 150.000 muertes.
La lista de despreciables continúa con Leónidas Trujillo (1891-1961), otro de los tiranos latinoamericanos que recibió la Orden del Libertador San Martín. Perón, durante su último mandato, en su clásico juego de poner la luz de giro a la izquierda y doblar a la derecha, no tuvo vergüenza alguna cuando colgó nuevamente al pobre collar de San Martín en el cuello del dictador rumano Nicolae Ceaucescu, quien llegó al poder en 1965 y gobernó el país con puño de hierro durante 25 años. Víctimas del rumano, más de 20.000 niños dejaron este mundo hasta que se hizo justicia en 1989 y tras juicio sumario, él y su esposa fueron ejecutados.
Según cifras oficiales, más de 3.200 chilenos murieron o desaparecieron y cerca de 40.000 fueron torturados. Semejante hazaña le valió otro collar al genocida Augusto Pinochet por parte del no menos sanguinario Jorge Rafael Videla, todos coludidos en nombre de la libertad y la lucha por la defensa de los “valores nacionales.” Palabras más o palabras menos, la única diferencia fueron las distancias. Los collares siempre fueron los mismos.
Ya mucho más cerca en los tiempos, los conflictos son menos sanguinarios y el papelón pasa a dominar la escena. Cristina Kirchner, por decreto, en 2013 condecora a Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. Mauricio Macri en 2017 revoca la condecoración y le pide a Maduro que la devuelva. Maduro hace caso omiso y replica: “Si Mauricio Macri quiere que le regresemos la joya, que la venga a buscar y se la quite al pueblo venezolano a ver si puede, cobarde”.
San Martín, hombre sobrio y probo que pagó con su exilio la ingratitud argentina, dejó este texto para la posteridad: “La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder».