Para América Latina, Cuba es mucho más que una bella isla y un mágico destino turístico. Es el símbolo de una visión diferente del mundo, de una ideología y de un sistema que tuvo la osadía de enfrentarse a los Estados Unidos sin reparos y sin miedo a las consecuencias de un duro, extenso y prolongado embargo: “Patria o muerte”. Bajo los principios de autonomía, libertad y autodeterminación que se presupone a todos los pueblos detentores de una dignidad esencial, Cuba, desde 1959, ha recorrido el camino de la revolución de la mano del comunismo de corte marxista-leninista. Una travesía que, si tuvo alguna vez una época dorada gracias a las ayudas de la desaparecida Unión Soviética, se puede tildar hoy de un rotundo descalabro, decepción y fracaso.
La Revolución socialista y democrática que prometió Fidel Castro para los cubanos (“Por esta Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, estamos dispuestos a dar la vida”, afirmó en varias ocasiones) es en la actualidad un sistema fallido que, más allá de la responsabilidad de agentes externos, se ha convertido en una dictadura alejada radicalmente de los principios socialistas y democráticos por decisión de sus propios líderes y gobernantes.
Una prueba contundente de ello -una más, en una larga lista negra de violación de derechos humanos- se produjo el pasado lunes cuando los principales líderes que habían convocado una marcha para solicitar cambios en la Isla, amanecieron con sus casas bajo vigilancia policial y la prohibición expresa de salir a la calle.
Varios disidentes políticos fueron detenidos cuando intentaron salir de sus hogares para manifestarse, como ya sucedió el pasado 11 de julio en la violenta represión que tuvo lugar cuando ciudadanos salieron a demandar una Cuba libre. Una patria sin libertad es una forma cruel de morir.
