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Cuando gana el miedo

“Somos más emocionales que racionales” propone el biólogo Estanislao Bachrach. Este Doctor en Biología Molecular fue profesor de Mark Zuckerberg y era jefe de trabajos prácticos de Harvard cuando recién se lanzaba la versión beta interna de Facebook, de hecho, fue uno de los primeros en tener un perfil de prueba en la red social sin imaginarse lo que vendría después.

Bachrach ensaya lo que la neurociencia viene mostrando en diversos estudios, mientras el cerebro intenta buscar una lógica a las elecciones que realiza la realidad de estas elecciones guardan relación con las emociones existentes en el individuo y si esto lo volcamos a la vida pública y política, el cómo vemos al otro define hacía que lado vamos a inclinar la balanza, buscando en el medio recursos que justifiquen de forma inteligente, porque tomas determinadas posturas o decisiones ante hechos sociales y realidades que se nos presentan en lo cotidiano.

¿Por qué algunos se vinculan tan visceralmente con el #ANRNUNCAMAS? ¿Por qué ante acciones concretas uno tipifica de zurdo, haragán, fascista o derechoso a la contraparte? ¿Qué vivencias y qué creencias están involucradas en estas emociones que pueden definir mi aceptación?, por ejemplo, por una política pública planteada desde un sector o individuo determinado.
Los orígenes de las creencias y los fundamentos de las emociones son un área de estudio fascinantes, y eso se puede asimilar más a fondo con trabajos como los que realizan Bachrach, el divulgador Jurgen Klaric o las investigaciones desde el Behavior Design Lab de la Universidad de Stanford.

Pero cuando se trata de comunicación política o comunicación de gobierno necesitamos ir directo a la acción, y lo primero es interpretar las emociones sociales que existen ante determinados temas para ir generando modelos de electores, seguidores, ciudadanos etc. Y con esto empezar a trabajar sobre el discurso, el relato y la historia que vamos a contar para mostrar el trabajo que se está realizando o el objetivo al que se quiere llegar y donde es importante que todos puedan participar. Cuando esto no existe pasan catástrofes como sucedió con el proyecto de Ley de Insolvencia que buscaba sustituir la actual Ley de Quiebras y que se adelantó su estudio dos semanas para sepultarlo definitivamente en 24 horas. Esta ley según los autores donde se encontraba el MIC era en realidad una ventaja para el ciudadano o la empresa en cuestión. Pero la comunicación fue tan ineficaz que el miedo que se generó con una campaña de contraste permitió que algunos legisladores se embanderen con discursos en contra de dicho proyecto y a favor de proteger a la ciudadanía. Se generó un imaginario colectivo que se tradujo incluso en piezas comunicacionales que mostraban que, si la ley se aprobaba, un cobrador podría llegar un día y sin previo aviso llevarse un auto, una televisión o una play station. Las imágenes, los términos y la comunicación iconográfica que se utilizó para ir contra la ley fue tan efectiva que generó alta visibilidad de discusión en redes y una búsqueda en Google durante días antes de la sesión que terminó por desaprobar el proyecto.

Se olvidaron de la percepción ciudadana, no se hizo una escucha digital para entender de que se estaba hablando y cuál era la percepción ciudadana, todo esto hizo que la reacción para intentar defender la ley no llego en tiempo y forma. Apostaron por la razón y ganó la emoción, en este caso, el miedo.

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