miércoles, diciembre 18, 2024
35.7 C
Asunción

¿Cómo lo hicieron?

Por Christian Nielsen

Menonitas en el Paraguay: Asombrosa historia para contar a los nietos

La primera palabra que a uno le viene a la mente es “increíble”. Pero hay que desecharla por completo. Basta un viajecito hasta Loma Plata o Filadelfia para caer en la cuenta -sobre todo si nunca ha ido al Chaco- que de increíble aquello no tiene nada. Y uno dice un “viajecito” fácilmente. Aún hoy, con carretera asfaltada y paradores a todo lo largo, uno llega agotado por el runrún del vehículo y con enormes ganas de darse un baño, tomarse una cerveza e irse a la cama. Son 440 kilómetros entre Asunción y el núcleo central de las tres colonias mediante las cuales los inmigrantes menonitas y sus descendientes convirtieron un desierto caliginoso en un centro de progreso.

Pero, si hoy un viaje de seis horas en ambiente acondicionado cansa, ¿cómo habrá sido  hace 94 años, moviéndose en carretas tiradas por bueyes, escasos de agua, envueltos en nubes de polvo y sin saber si los nativos que los observaban eran hostiles o amigables?

TIERRA PROMETIDA
El origen de la primera colonia menonita en el Paraguay tiene una larga historia, inabordable para este reducido espacio. Comenzó en Canadá, cuando la comunidad fue virtualmente cercada por el Gobierno de la corona que quiso obligarlos a participar de la  guerra mundial primero, y prohibiéndole luego el idioma alemán en las escuelas en donde se tenía que enseñar obligatoriamente en francés e inglés. Aquello fue suficiente. Los lideres de la comunidad buscaron un nuevo destino y lo encontraron en el Chaco paraguayo.

Gracias a un rápido convenio con el Gobierno de Manuel Gondra -Eusebio Ayala era su Ministro de Relaciones Exteriores-, muy pronto Gondra promulga una ley de concesión de privilegios que tuvo alguna oposición en el Parlamento y bastante en la opinión pública. Ley 514 del 26 de julio de 1921, según reporta Iñaki Marqués Rodríguez en la Revista Latino-Americana de Historia, otorgaba a la inmigración menonita estos privilegios: libertad irrestricta para practicar su religión; exención del servicio militar obligatorio -en especial el tiempos de guerra-; fundar, administrar y mantener escuelas y establecimientos de enseñanza, y aprender su religión y su lengua sin ninguna restricción; introducción libre de gravámenes de muebles, maquinarias y semillas; exención por diez años de toda clase de impuestos nacionales y municipales.

En el papel, todo eso sonaba muy bien. Pero en esa época, ni soñar con apoyo crediticio ya que sus escasos fondos el Gobierno los estaba direccionando a la compra de armas para enfrentar el inevitable conflicto bélico con Bolivia.

Por lo tanto, los menonitas podían hablar y enseñar en su idioma y no pagar aduana ni impuestos por diez años. Todo en teoría, porque ahora había que construir todo eso.

PUNTO DE PARTIDA
Puerto Casado fue el punto de concentración de la primera oleada de inmigrantes meno canadienses. Llegaron en el barco Apipé, según reporta Marqués Rodriguez, en diciembre de 1926. Eran 346 personas entre mujeres, nombres y niños. Cuando la guerra del Chaco estaba por estallar, ya estaban en el país mas de 3.500 colonos de origen canadiense y ruso.

Como todo estaba aún en etapa de concreción, la mayoría de estas personas fueron asentadas en campamentos provisorios en Casado y allí fue que la fiebre tifoidea hizo su macabra tarea. Hubo casi 200 fallecidos y 355, desalentados por la precariedad y la tardanza en encaminar la colonización, optaron por volver a Canadá.

Los demás, en largas columnas de carretas que partían de Punta Riel, final del trencito que la taninera Carlos Casado había internado en el Chaco para transportar palos de quebracho colorado.

Eran días y días de lento rodaje hacia la tierra prometida. Los pioneros, que ya estaban asentados y trabajando, hacían llegar a los viajeros novatos sus historias de trabajo y sacrificio pero con buenos resultados, un oxigeno esperanzador para los peregrinos en viaje.

SAPUCAI EN LA FRONTERA
“Naiporãi esa amenaza sapukái en la frontera…” dice la canción de Emiliano R. Fernández. Los menonitas, como todos, lo estaban escuchando y vieron venir de nuevo la guerra hacia ellos. Se habían ido de Rusia, envuelta en la sangrienta guerra civil entre rojos bolcheviques y blancos zaristas. También abandonaron Canadá, en donde quisieron envolverlos en las monstruosas carnicerías de la Primera Guerra Mundial. Ahora, de nuevo la guerra golpeaba a sus puertas, como si el destino los persiguiera.

Fundada en 1927 la colonia Menno y en 1930 Loma Plata, la epopeya menonita tuvo su arranque y desde entonces no ha cesado de avanzar. Hoy, integrada en forma creciente al resto del país, es atravesada por rutas que durante el siglo pasado era sólo posible soñar. Su perfil ganadero, agrícola e industrial le otorga certificados de integración a un mundo globalizado y demandante de alimentos que en las colonias se produce en grandes cantidades.

En seis años más, Menno cumplirá cien años. Tendrán mucho que festejar.

Y que recordar.

Foto Principal: Miguel Bergasa.

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.

Más del autor