Vivimos rodeados de basura y no nos importa.
“Minga ambiental. Limpiemos el mirador Ita Pytá Punta. Te esperamos”. La invitación fue hecha por una comisión vecinal del barrio que una pobladora definió como “muy marcado por la basura”. Las fotos que recorren las redes y los medios gráficos muestran uno de los costados más detestables del comportamiento de miles de paraguayos: la indiferencia a vivir rodeados e inmersos en la basura, a utilizar espacios públicos para arrojar desperdicios domiciliarios o de cualquier otro origen. La desidia o simple ignorancia impulsa a muchas personas a convertir en vertederos toda clase de espacios públicos. La convivencia con la basura define también a ese poblador que no tiene arraigo, que no considera suya la ciudad, que no se siente identificado con el espacio y el entorno que le ha tocado para vivir y que es, en suma, un ave de paso. ¿A qué molestarse entonces en mantener limpio un sitio que detesta y del que querría alejarse cuanto antes?
La disposición de los desperdicios, orgánicos o inertes, no es algo que las ciudades organizadas dejan a voluntad del ciudadano. Son sistemas complejos, que tienen un alto costo operativo y que funcionan de manera compulsiva. La higiene ambiental es cara.
Hablemos de ejemplos. La ciudad sueca de Malmo opera un modelo de “eco-ciclo” que incluye separación en origen e instalaciones que generan energía de la basura, reduciendo la llegada de residuos al vertedero a un 0,5% en cifras de 2020. Con este sistema, Malmo cubre el 60% de sus necesidades de calefacción evitando el uso de gas o fueloil. Como subproducto, la planta genera 25.000 toneladas anuales de biofertilizante (US$ 600 la tonelada), 10.000 toneladas de compost (US$ 75) y biogás (US$ 1.200) equivalente a dos millones de litros de gasolina. Sólo es cuestión de sacar cuentas para tener una idea de la fuente de ingresos que genera esta forma de resolver un problema ambiental creando un negocio.
Claro que para llegar a esta etapa se necesita tener un plan sustentable, la inversión apropiada y un programa de educación eficiente como el de Curitiba, municipio al que peregrinan levas enteras de munícipes paraguayos sin que a ninguno de ellos se le pegue una sola idea. Eso explica la queja de la vecina de Ita Pytá Punta, harta de vivir en medio de la basura. Alguna vez tendremos un intendente municipal y no simples aventureros.