El asesinato del Fiscal Pecci deja una serie de lecciones en torno a lo que habría que hacer para ir a las cuestiones de fondo. Paraguay se está convirtiendo en un nudo estratégico para el paso de drogas provenientes de la zona norte de América del Sur, y con mercados destinados a Europa.
Ya tendrían que haberse alertado en todos los campos, después de capturar -en puertos europeos- veintitrés toneladas de cocaína por un valor superior de US$ 4.000 millones.
Desde ese momento no hemos hecho casi nada; sino fuera por algunas cuestiones que vienen de la policía europea, la Agencia Norteamericana de Lucha contra la Droga (DEA), e incluso la propia policía uruguaya, el Operativo A Ultranza no habría sido llevado adelante por los nuestros.
La tarea es realmente muy sospechosa, pareciera que no existe la voluntad de combatir este problema que permea nuestras instituciones y que tiene un afecto realmente pernicioso sobre toda la vida social paraguaya.
Ya hemos tenido varias muestras también del sicariato en la capital paraguaya y en puntos cercanos.
Hay una creciente cantidad de hechos criminales y delictivos relacionados al tema de las drogas en todos los barrios asuncenos, y no nos queremos dar cuenta del problema, no reaccionamos desde la estructura del Estado -que no es otra cosa que la nación jurídicamente organizada- en este tipo de casos.
Siempre la gente cree que no le va a tocar mientras no esté envuelto en este tipo de inconvenientes, cuando esa es una lógica que no se aplica de verdad en ningún país que haya pasado por una experiencia similar.
Nos estamos “colombianizando” dicen algunos, otros afirman que la “mexicanización” ya es permanente entre nosotros y la causa principal es que no tenemos instituciones sólidas y firmes que trabajen para evitar que se siga inundando el país con su olor fétido y, fundamentalmente, con plomo y sangre.