O empezamos a cambiar de hábitos o la realidad lo hará por nosotros cuando sea demasiado tarde. Nos llenamos la boca diciendo que el Paraguay es el país que más energía eléctrica limpia por habitante produce en el mundo. ¿Y en qué nos está beneficiando este dato típico de la guía Guiness? Veamos.
La matriz energética paraguaya, vista desde la perspectiva del consmo final, no sólo desde la producción, se compone de la siguiente manera: 16% energía eléctrica, 41% derivados del petróleo y 43% biomasa, es decir, carbón y leña. Tenemos dos de las hidroeléctricas más grandes del mundo pero casi la mitad de la población del país quema leña para cocinar.
Le vendemos al por mayor energía eléctrica a Brasil y Argentina pero hasta el momento hemos sido incapaces de transformar el transporte público de pasajeros migrando del diesel a la electricidad. Ni siquiera lo hemos hecho en forma simbólica, por ejemplo, comprando un trencito autónomo a baterías para hacer el trayecto Encarnación-Posadas, dos ciudades linderas con la segunda hidroeléctrica del país, Yacyretá. No, preferimos comprar un obsoleto tándem con motor diesel.
El gas natural es considerado un puente entre los derivados pesados del petróleo -diesel, nafta, fueloil- y las energías renovables origen eólico y fotovoltaico. Hay reservas comprobadas en el noroeste del Chaco, linderas con yacimientos que Bolivia explota hace décadas. Sin embargo, no hemos sabido o querido usar en forma masiva ese gas natural. Para cuando nos decidamos, es posible que el mundo ya no lo use y estemos frente a nuevas formas más eficientes, limpias y económicas de electromotricidad.
Según reporta el Banco Mundial, en 2021 el 60% de la población mundial seguía cocinando sus alimentos con leña y carbón. En el Paraguay, como queda dicho, ese porcentaje es del 43%. Pasar de la biomasa al gas o la electricidad es un proceso complejo que no sólo encierra el factor económico sino también cultural.
Aún disponiendo de conexión eléctrica, muchos hogares paraguayos, en especial en las áreas rurales y urbano-rurales, siguen prefiriendo el fogón a leña o el brasero al carbón. Tal vez si la tarifa eléctrica bajara a niveles más ajustados a la realidad económica de los estratos medio y bajo de la población, ese cambio podría acelerarse. Pero hoy, la conducción política está en otra cosa, no en actualizar una política energética que beneficie a la población.