Foto. revista Plus
Una de las promesas más auspiciosas que presentó al inicio de su período gubernamental Mario Abdo fue el de “caiga quien caiga”, que no habría contemplaciones en contra de los corruptos, de los sinvergüenzas, de los que se roban la ilusión de la gente.
La expresión había caído muy bien a una población que está harta de vivir en corrupción y de comprobar el daño que esto genera en su vida cotidiana, llevando incluso la vida de sus seres queridos y poniendo en peligro toda cuestión que se radique en el país.
La acusación aquella de que “somos pillos y peajeros” frente al Brasil en el tema de Itaipú fue el comienzo del fin de esta consigna del Presidente. Ahí la cuestión fue buscar cómo utilizar todo el sistema legal para evitar terminar con su presidencia y el “caiga quien caiga” ya fue historia.
Todo lo que vino posteriormente fue una falta de voluntad de los tres Poderes del Estado de hacer de que realmente la impunidad pase a ser historia en nuestro país y con ella la corrupción también se atenúe, se morigerar, de disminuya en cantidad.
En Paraguay, la percepción que tenemos es que con afirmaciones como estas, pero sin tener la voluntad de llevar adelante dicho propósito, en el primer desliz que cometa aquel que haga una promesa así, se vuelve de nuevo no sólo a foja cero, sino todavía algo inferior a dicha condición.
Necesitamos un Presidente que hable poco, pero que haga cosas para terminar con la impunidad en el país, cuyo costo económico, social y bebidas es notablemente alto.