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Bailando con la más fea del salón

Hoy cumplo dos meses de haber regresado (por un corto tiempo) a vivir a Paraguay. Han sido semanas interesantes de “reconocimiento de campo”, de reconectar con mis raíces y abrazar mis tradiciones. Fueron varios los motivos que me hicieron regresar. Algunos los he confesado entre líneas en este rincón de la web, otros los guardo como secretos en un cajoncito dentro de mi corazón, en la intimidad más profunda de mi cerebro.

Los días pasados han sido un ir y venir a citas con médicos y visitas a Ministerios, un dolor de cabeza y una patada al hígado. Así se siente. He de confesar que pertenezco a una pequeña población cargada de privilegios. Lo sé, soy muy consciente de ello. Han sido pocas las veces que me ha tocado visitar un ente público y lo que significa eso. Tengo los medios (fruto también, de mi trabajo) para invertir en servicios privados que eviten a toda costa tener que hacer trámites en oficinas de gobierno. En esta ocasión no pude eludir mis citas ahí.

Decidí, como ciudadana comprometida, realizar todos mis trámites sin un gestor. Vivir la experiencia in situ, atravesar angostos pasillos con su debido olor a humedad e iluminación lúgubre, lidiar con la burocracia que significa subir y bajar escalones sin entender cual es el rumbo real, porque no hay señalética y porque nadie explica nada. Peregrinar de un lado a otro tratando de buscar claridad en el lenguaje, empatía por las horas perdidas y transparencia en los procesos. No hubo nada de eso. “Suba al segundo piso, ahora baje al primero”, “aquí ya no es la oficina”, “el sello se perdió”, “el bolígrafo ya no tiene tinta”, “realmente no sé donde se gestiona eso”, papeles y fotocopias, aquí y allá. Cada cual improvisaba como mejor podía, tanto el policía de la entrada quien coqueteaba con una señorita mientras bebía su tereré, como el hombre de mirada triste jugando candy crush en la ventanilla o la asistente coloreándose las uñas de un naranja furioso. Mientras tanto, un cúmulo de personas, con rostros de hartazgo, estábamos paradas ahí. Jóvenes, adultos y madres con bebés recién nacidos. Éramos personajes de una película bizarra formados en una eterna y laberíntica fila.

He tratado de mantener la calma en cada uno de estos lugares. Pero mi cerebro, ese que no para y no deja de cuestionarse, repetía constantemente ¿por qué no se puede hacer esto desde una web?, ¿por qué hay tantas personas “trabajando” en una oficina pero solo una atiende?, ¿por qué siento que me hacen un favor cuando es un servicio que corresponde y que estoy pagando?, ¿por qué venderán chipa dentro de un hospital o quiniela afuerita del lugar?, ¿por qué la humillación, la falta de atención, la inoperancia e ineptitud?. Un sin fin de preguntas giran en mi cabeza, la gran mayoría sin respuesta.

Sólo toca respirar. Respirar con tolerancia y paciencia. Ya estoy en el baile de la burocracia y con la frustración que supone “bailar con la más fea del salón”, no me queda más que agarrar su mano con una, poner la otra en la cintura y dejarme llevar a su compás. Mi ritmo no tiene cabida en esta coreografía y necesito esos documentos, para salir volando de acá.

Jessica Fernández Bogado
Jessica Fernández Bogado
De un país pequeñito llamado Paraguay, viviendo en un país enorme llamado México. Hablo mucho y escribo más. TW & IG: @Jessiquilla

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