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Ayer, ahorro. Hoy, deuda

Por Cristian Nielsen

Nuestros tatarabuelos que llegaron a América durante la ultima mitad del siglo XIX y gran parte del XX venían a menudo “con lo puesto” pero provistos de alguna profesión, oficio o habilidad que les permitiría abrirse paso en un mundo desconocido. Eran carpinteros, albañiles, constructores, herreros o panaderos, todas ocupaciones nobles y necesarias, sobre todo en un país que como el Paraguay, debía levantarse de entre las cenizas de la guerra. Si eran maestros, nadie sería más bienvenido que ellos. O si eran impresores o periodistas, les esperaba una sociedad ávida de saber, informarse, debatir, imaginar un futuro para el país que renacía.

Los arquitectos, en especial los italianos y catalanes, hicieron florecer un nuevo perfil de ciudad con recreaciones de estilo neoclásico, sin faltar el art nuveau o el modernismo catalán. Si eran agricultores, muy pronto pusieron sus ojos en las feraces tierras del sur itapuense o en las floridas campiñas del Guairá. Hasta el ignoto Chaco empezó a ser colonizado sin que hubiera allí nada más que monte virgen, comunidades originarias y una desesperante falta de agua…

Todos, casi sin excepción, traían algo más que oficio o habilidad.

Venían con una forma común de encarar la vida.

TRABAJO Y AHORRO

Nuestros tatarabuelos no concebían el mundo sin trabajo y sin sacrificio. Estaban seguros que sólo con el esfuerzo personal y la organización podrían ganar lo suficiente para no morirse de hambre. La mayoría de los inmigrantes que llegaron al Paraguay a principios del siglo XX escapaba de las horrendas carnicerías bélicas en las que con frecuencia se sumergía Europa. Para estimular su venida y garantizar su radicación, el Gobierno de Eusebio Ayala promulgó la ley 514/21 que otorgaba muchas facilidades, especialmente a los menonitas. La ley los exoneraba del servicio militar y los eximía de ciertas cargas impositivas.

La simple economía de subsistencia muy pronto fue rebasada por gente que sólo necesitaba paz y un pedazo de tierra en donde fundar su vida. Fueron mucho más allá. Así nacieron enclaves productivos que con el tiempo se convirtieron en sociedades solidarias primero para apuntalar la producción, luego para garantizar el consumo y finalmente, para constituirse en entidades financieras que les dieron sustentabilidad al sistema social y económico que estaban construyendo. Así nacieron las primeras cooperativas, pilares fundacionales de una nueva forma de vivir, trabajar y progresar con solidaridad.

ERA OTRO MUNDO

Durante la primera mitad del siglo pasado, el mundo era otro. La sociedad no necesitaba tantas cosas. La maquinización de la vida diaria era muy primaria. Los lujos eran patrimonio exclusivo de acaudalados y se concentraban en casas opulentas, mobiliario y vajilla importados y ropas elegantes.  Los enseres del hogar de entonces se reducían a alguna heladera alimentada con barras de hielo o un gramófono con discos de pasta. El primer auto apareció en las calles de Asunción en 1907, propiedad de un Sr. Jorge Barzi, según cita Arturo Bray en sus Memorias. La primera radio empezó a operar en 1926 y solo los privilegiados disponían de un receptor “a galena”.

Todas estas “comodidades” tardaron en llegar a las capas menos favorecidas por la sociedad, en donde el consumo se limitaba a comida, ropa, alquiler o la construcción de alguna modesta vivienda.

La norma vigente era: primero el esfuerzo personal y el ahorro si se aspiraba a lograr una movilidad social ascendente.

En suma, primero el sacrificio y luego la gratificación. A los ricos se les hacía más fácil la trepada a la pirámide social de entonces. Pero a eso se reducía todo.

SE INVIERTEN LOS TÉRMINOS

A partir de los años ’50, Estados Unidos lidera un boom económico con el que se sacude las tristezas de la Segunda Guerra mundial y mete a sus ciudadanos en una vorágine de consumo, alentado además por una política pública que consagró el “estado de bienestar”. La gigantesca maquina de producir, que hasta entonces se había concentrado en fabricar armas, se reconvirtió a la demanda privada y la sociedad de consumo fue bombardeada por toda clase de artículos la mayor parte de ellos desconocidos dos décadas atrás. Con este estallido de oferta aparecieron también la publicidad, las promociones y el crédito que masificaron el consumo a escalas hasta entonces desconocidas. Así, la “manera americana de vivir” se hizo muy pronto universal, fogoneada por otra novedad, la televisión que se metió sin permiso en las casas y cambió para siempre la dinámica familiar.

Los términos se invirtieron. Primero la gratificación, luego la obligación… cero sacrificio. Para qué limitarse a soñar con algo si se lo puede obtener con un simple chasquido de dedos.

Algo que nuestros tatarabuelos jamás imaginaron posible.

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.

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