sábado, junio 14

Avaricia / Félix Martín Giménez Barrios

No es ningún secreto de nadie que, a lo largo de la historia de la humanidad, la
avaricia, entendida como el deseo de acumular riquezas materiales, ha sido
condenada y juzgada como uno de los peores vicios de nuestra naturaleza. Tanto las
religiones como los filósofos más moralistas, consideran que el ser avaro solo lleva a
un camino de infelicidad; aun así, están quienes la defienden, pero solo en cierta
medida. ¿Dónde está entonces el límite entre la ambición necesaria y la codicia
corrosiva?

En la literatura, un buen ejemplo que relata acerca de los peligros de la avaricia es el
cuento “El diablo y Tom Walker” del escritor estadounidense Washington Irving. En la
obra, observamos al protagonista Tom Walker, un hombre miserable y codicioso, al
punto de que llega a pactar con el diablo para ganar riquezas a cambio de su alma. En
un principio, Tom disfruta de su nueva vida, pero luego su egoísmo solo lo conduce a
una existencia de remordimiento. Al final, el diablo lo arrastra al infierno.

La fábula de Tom Walker y su trato con el diablo, muestra cómo la avaricia no solo
mata en vida, sino que condena el alma. Irving advierte del peligro de anteponer el
dinero a todo, incluso a los valores de uno mismo. Sin embargo, muchos defienden
que el deseo de riqueza puede servir de fuente de innovación. Muchos empresarios
han transformado al mundo gracias a su ambición, brindando empleos y elevando la
calidad de vida.

Se puede entender entonces que, la avaricia no es únicamente el desear más y más
de lo que ya se tiene, sino más bien se trata de no compartir nada. El problema no
surge de la acumulación de riquezas, sino en la falta de voluntad de usarla para lograr
el bien común. Aquellos que acumulan sin límites, a menudo solo buscan llenar un
vacío emocional con posesiones, objetivo que difícilmente logren.

Por lo tanto, cuando la avaricia cruza ciertos límites, solo resulta perjudicial hasta para
el avaro. La clave para sobrevivir a ella está en aprender a desear sin dejarse llevar
por ese deseo. Como muestra está el destino de Tom Walker, cuyo exceso de codicia
fue su perdición. Como sociedad, debemos de encontrar un equilibrio entre el progreso
individual y la responsabilidad ética, para no perder nuestra humanidad.