¿Cómo no sentir respeto por el Partido Colorado? Fue la fuerza política quese empeñó en construir, con los pocos recursos disponibles, un país razonablemente moderno, sobre los escombros de un país destruido por la guerra.
Para ello, el general Caballero prestó su nombre y prestigio -ya había dejado la presidencia de la República-, y tuvo el tino de convocar, sucesivamente, a las personalidades más descollantes de su tiempo. José Segundo Decoud, Benjamín Aceval, Ángel Peña, Blas Garay, Fulgencio R. Moreno, para no citar sino los primeros nombres que me vienen en la memoria. Sabemos que Caballero no era un intelectual. Ni hacía falta que lo fuera, porque supo rodearse por quienes eran reconocidos como tales.
Penetrado de la visión liberal del estado y de la sociedad prevaleciente entonces, el partido se empeñó en crear las bases de un sistema educacional capaz de formar a la juventud paraguaya.
Las escuelas normales, los colegios nacionales y la Universidad Nacional nacieron por iniciativa de sus hombres.
Para enseñar en ellos, fueron contratados profesores españoles. La generación de los 900, la más brillante de toda nuestra historia, salió de esas aulas exigentes.
Y conste que sus miembros no eran sino unos humildes “pyta jeka”, venidos casi todos de la campaña, o provenientes de familias destruidas por la contienda.
Todavía en la primera mitad del siglo XX, y aun en parte de la segunda, brillaban los rescoldos de aquellas venerables llamas. Basta con citar nombres de intelectuales como Pedro P. Peña, Natalicio González, Víctor Moriigo, Natalicio Vasconcellos, Mario Halley Mora, Osvaldo Chávez, Edgar Ynsfrán. Por otra parte políticos duros, pero austeros, marcaron la ejecutoria partidaria durante los años borrascosos que siguieron a la guerra civil: Eulogio Estigarribia, Bernardino Gorostiaga, Tomás Romero Pereira, Juan Manuel Frutos, Federico Chávez, para no citar sino los primeros nombres que se agolpan arbitrariamente. Me pregunto dónde fue a parar ese Partido Colorado. No lo sé. Lo que veo es una compleja maquinaria burocrática, cuyo mantenimiento es cada vez más costoso; tanto, que sin la simbiosis con el Estado no podrían funcionar un solo día más. Si el partido-estado aún tiene una ideología, ella sin duda sólo es conocida en algún círculo esotérico, que repasa sus páginas polvorientas en algún suburbio de extramuros.
Y si posee un programa, o siquiera algún modelo de Estado capaz de proveer seguridad, libertad y bienestar para todos los habitantes, ello es un misterio semejante a la Trinidad.
Pero aceptemos humildemente que existe, aunque no lo veamos por ningún lado. Es una cuestión de fe.
En vez de eso, el partido se redujo a una populosa agencia de empleos públicos. Y también a una especie de club de fútbol que vive de emociones primarias, que provienen de los compases de una polca muy alegre y del agitar de un pabellón bermejo. La polca, siempre rubricada por unos palmoteos más o menos entusiastas; el color, multiplicado en miles de prendas y pañuelos. Aclaro que no cuestiono ni la polca ni el color, salvo cuando éste castiga con el ridículo a algún sujeto con voluminoso abdomen que debe ser enfundado en una enorme camisa colorada, que le otorga el aspecto de un molusco gigantesco. En este caso, sólo tengo objeciones estéticas, no políticas.
Pero, además de lo anterior, no pidamos más, porque no hay más. Ni programa de gobierno, ni ideas, ni ideología, (aunque hace poco se declararon Socialistas Humanistas, esta pregona una sociedad sin clases, la verdad es que no existen clases sino dos polos, la miserable que vive en extrema pobreza y la opulencia en que viven los nuevos caudillos). Ni estadistas, ni intelectuales. Ni siquiera técnicos, porque los técnicos, que abundan allí, sólo son admitidos como tembiguái, sin posibilidad de aplicar sus conocimientos en beneficio de sus conciudadanos.
¿Quiénes ocupan el escenario? Solo un grupo de políticos profesionales que han visto en el poder la manera más fácil y rápida de convertirse en magnates. Políticos provistos de unas mandíbulas armadas con una triple hilera de enormes dientes arriba, y otra igual abajo. Dientes tan poderosos, que causarían la envidia de un tiranosaurio.
¿Cuántos son? Una veintena, una treintena quizá. A cambio de una filosofía del Estado o de una doctrina política, nos ofrecen unas cuantas frases hechas, sin esencia ni contenido. Su insolvencia mental es tan pavorosa que, después de cuatro años de gobierno, ni siquiera pueden balbucear una propuesta de reforma constitucional, aunque fuera para disimular el desesperado intento de perpetuar el poder, con las ventajas que este trae consigo. Es lógico.
En vez de convicciones, solo tienen apetitos, en vez de razonamiento, digestiones. Incapaces de convencer, construyen consensos con sobornos grotescos que, para más, resplandecen como un incendio. Lo hicieron con tanta torpeza, y lo siguen haciendo, que hoy todo aquel que, desde afuera del partido, secunda sus planes es porque recibió algo, pidió algo o se le prometió algo. ¡¡¡No nos jodamos!!!
Me alegraría que un colorado, entre los muchos buenos amigos que se identifican como tales, me demuestre que todo lo que digo es falso.
Sería muy bueno para el país que yo esté equivocado.