Fui concebida en la fría Minnesota, donde mi padre, un becado Fulbright, junto a mi madre una joven cantante y sus dos hijos hacían malabares para llegar a fin de mes. Mi madre había sufrido un aborto involuntario. Iba a ser otro niño, pero el producto no llegó a término, así que a los 5 meses de gestación el corazón de ese tercer varón dejó de latir. La tristeza invadió el alma de mi madre, quien sola en otro país, tuvo que lidiar con todo lo que supone una pérdida como esta. Por lo anterior es que yo no estaba en los planes. El médico había indicado por lo menos esperar un par de años más para planear otro hijo, pero la obediencia no es una virtud de mis progenitores.
La beca había llegado a su fin y mi madre, (sin saber que estaba preñada de mí) junto a mis dos hermanos mayores emprendió vuelo hacia el sur para retomar su vida en Paraguay. Por cuestiones políticas mi padre no la pudo acompañar, así que tuvo que atravesar el resto de su embarazo con la incertidumbre de qué iba a pasar con el padre de sus hijos. Una vez más, la posibilidad de una pérdida estaba latente. Pero no sucedió, y treinta y tres años después heme aquí.
Desde el vientre de mi madre he viajado. La experiencia de migrar, reiniciar, cambiar de casas y de código postal, ha sido una constante en mi familia nuclear. He perdido la cuenta de la infinidad de veces que hemos dejado todo atrás para volver a comenzar, he aprendido a ser siempre la nueva, a desarrollar mi elocuencia y vida social. He tenido que despedir amigos y hacer otros nuevos. Movernos ha sido una constante y creo que cambiar de aires, una necesidad.
Por azares del destino y por decisión de mis padres, he experimentado una vida de “gitana”. Sin embargo Paraguay siempre ha sido mi centro y mi lugar en el mundo. Quiero creer que es por ese amor tan profundo que he desarrollado hacia estas tierras. Supongo que a pesar de haber habitado otras, acá es donde están mis raíces y estas son tan profundas como las de un árbol viejo. Y es que a pesar de los años es aquí donde pertenezco, donde me siento contenida y amada. ¿Será el lenguaje en dos idiomas?, ¿o la cultura y las tradiciones?, ¿serán los atardeceres en la cordillera que se pierden en el infinito paisaje de tierra roja?, ¿o ese abrazo de contención que me hacen sentir en casa?.
Sea lo que sea, volver es un deleite y como dice aquel tango interpretado por Gardel “El viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar. Y aunque no quiso el regreso, siempre se vuelve al primer amor”. Y a pesar que el destino me lleve a otras latitudes, volver a Paraguay siempre será una necesidad, pero sobre todo un gran placer.