El Paraguay también debería buscar resucitar de sus viejos vicios que le impiden crecer, desarrollarse y lo dejan muerto o moribundo. Deberíamos deshacernos de los lastres de la corrupción, de la impunidad, de las cuestiones que realmente nos empobrecen, no sólo desde el punto de vista material, sino también desde el punto de vista moral.
Hay un Paraguay muerto desde hace bastante tiempo, que en Pascuas tendría que buscar un pretexto para decir “esto ya no puede continuar de la misma forma”.
Estamos muertos también por la ignorancia que ha sido una de las características centrales de los gobiernos para promoverla y alentarla para que con eso el pueblo tenga menos conciencia de su propia capacidad y se revele menos contra los gobiernos que los juegan y lo empobrecen.
Debemos renacer los paraguayos por sobre todas las cosas y especialmente, sobre el compromiso de afirmar de que venimos de un país que prácticamente fue aniquilado y que ha entrado la muerte siempre una referencia de su propia vida. Es el tiempo de darle un sentido distinto a la vida y fundamentalmente en acabar con la muerte ética, que es la que realmente hasta ahora no se lleva ganando la batalla.