Esta es una semana corta en la que las celebración de la Inmaculada Concepción, la Virgen de Caacupé domina gran parte de la atención de la gente y muchos de los oradores en las homilías han vuelto a resaltar la cuestión que se ha hablado mucho durante todo el año, la injusticia, la distribución de tierras, el aumento de la violencia y la inseguridad, la corrupción de nuestros gobernantes y otras cuestiones más que tienen que ver con el quehacer cotidiano de la gente.
Lo que se nota en la mayoría de las homilías es la repetición de cosas que parecen no haber cambiado lo suficiente, sino por el contrario, si se viene repitiendo desde hace mucho tiempo que han empeorado en los últimos años. Pareciera que también la cuestión de los peregrinajes de nuestras autoridades políticas tienen que ver con lo proselitistico antes que una verdadera asunción de la condición de ser católico, en función de ser sacudido por alguna homilía.
No resulta que haya habido transformaciones profundas y ahí habría que ver si qué es lo que falla en el mensaje; tiene que ver con el contenido, con quienes lo dicen, con la vida que tienen con respecto al evangelio que predican. También es un llamado de atención a la ciudadanía que dice estar de acuerdo con muchas de estas denuncias pero que -sin embargo- sigue eligiendo mal, especialmente a aquellos que los someten y que los mantienen en la condición de miserabilidad en varias familias y especialmente en las más empobrecidas, en donde aparece el voto duro hacia uno u otro candidato que tiene que ver con la situación de sumisión y de pobreza de muchos.
Es hora de que el evangelio no solamente se ha predicado sino que se ha vivido.
