La situación con respecto a las virtudes de cada uno de nosotros tendría que ser una prenda no solo de orgullo personal, sino también de recompensa cuando se trata de comicios.
Cuando hablamos de que alguien plebiscita su nombre tendríamos que estar premiándolo por su honestidad, sus diligencias, su resiliencia, su capacidad de gestionar, pero sin embargo, si seguimos dando nuestro apoyo a aquel que tiene todos los antivalores en su persona y que sabemos perfectamente que nos va a decepcionar; el hecho que finalmente acontezca eso es una responsabilidad mucho más de nosotros que de ellos.
Cuando plebiscitemos las virtudes y marginemos los antivalores, en ese momento podríamos decir que la política se enderezará hacia el bien común y no al provecho particular y personal de unos cuantos sinvergüenzas reiteradamente reelectos por alguien o por algunos iguales a ellos.