Los partidos políticos se enfrentan de nuevo a unos comicios bastante extraños, debido a las condiciones de pandemia que vivimos. Ya no se pueden hacer grandes movilizaciones por los riesgos que supone para la propagación del coronavirus.
Sin embargo, lo que no se ha visto hasta ahora es un cambio en el modelo, el de convencer a los seguidores de un partido determinado a que voten por su candidato porque es el mejor, tiene propuestas innovadoras y fidelidad a los mandatos doctrinarios de una agrupación política o porque sean coherentes.
Es llevar adelante estas prácticas desde diferentes estamentos en que les ha tocado administrar alguna vez. Nosotros en Paraguay nos hemos estancado en democracia. No estamos discutiendo cuestiones doctrinarias, ni de lineamientos ni de adecuación de partidos a las demandas actuales que tenemos todos en el mundo.
No entendemos por qué están los partidos políticos, qué forma de correa de transmisión hacen entre los intereses de sus prosélitos y los electos para cargos públicos. Los partidos se encuentran vaciados de ideología, de coherencia, de actitud, de servicio y, por sobre todo, de capacidad para entender los tiempos que corren.
Estamos eligiendo a un montón de personas que no saben para qué quieren los cargos que desean asumir, más que por una cuestión crematística o de posibilidades de traficar influencias desde dicho lugar, pero no para realmente reflejar la ambición que dicen sus partidos atrapar en el interés de sus prosélitos cuando se trata de expresar doctrinariamente su compromiso.
El Paraguay se encuentra en ese sentido, reducido a una cuestión todavía mucho más primaria en el desarrollo de las ideas y de las acciones concretas en favor de la gente.
