Se suelen describir las crisis como triple cuando se dan circunstancias como las actuales, una crisis de identidad, nos preguntamos quiénes somos, una crisis de valores, nos cuestionamos cómo somos y una crisis de destino, nos inquirimos acerca de hacia dónde vamos.
En circunstancias como las de pandemia es mayor el nivel de reflexión que esto tendría que llevarnos a cada uno de los paraguayos y determinar, en relación a esta requisitoria de carácter individual y colectiva, los propósitos que nos lleva el actuar en la vida corriente, en la vida social, en la interacción con el otro.
En el Paraguay generalmente valoramos en los tiempos actuales al sobreviviente, al billo, al pillo, al vivo, al delincuente, al corrupto, al narcotraficante. Nos rendimos ante la condición de aquel que tiene dinero y recursos y que puede doblegar cualquier moral o ética que se le ponga enfrente.
Los paraguayos, sin embargo, cuando construimos las grandes páginas de nuestra historia, hicimos completamente lo contrario a este tipo de actitudes. El Paraguay del que nos sentimos orgullosos cada uno de nosotros tiene que ver con personalidades, con momentos en donde el carácter nacional se impuso sobre la miseria humana, que también existió y existirá siempre, pero que quedó en un segundo plano.
Los paraguayos tenemos que volver a admirar a la gente con un sentido ético, con una capacidad de hacer, sin tener que utilizar subterfugios y menos aún elementos dañinos a la propia condición humana.
Los paraguayos tenemos que reconciliarnos con nuestros valores, aquellos que han construido esta nación, aquellos que realmente han sido posibles, colocarlos en el escenario más alto de nuestra provocación como seres humanos para alcanzar cada día más esos destinos.
Soy pobre, pero soy digno es una expresión bastante clara con respecto a los valores en los que creíamos los paraguayos y que, aparentemente, nos estamos olvidando y que debemos volver a rescatar de lo profundo de nuestras memorias y colocarlos como referentes del camino a desandar.
