Durante toda esta semana y la próxima se viene desarrollando el IGF (Foro Global de Internet) que se realiza anualmente en noviembre (Polonia 2020), pero por la pandemia, los múltiples interesados de todo el mundo participan en forma virtual.
Esta decisión de Naciones Unidas, que comenzó en el 2004 en Atenas y ha continuado ininterrumpidamente durante 15 años, con su último foro presencial en Berlín (2019), reúne a múltiples partes interesadas, que van desde los gobiernos, centros de investigación, sector privado a nivel global (como Google, Facebook y otras empresas nacionales), a universidades de todo el mundo y la sociedad civil global.
No entro en la temática específica, amables lectores, porque la compartiré luego de la finalización del foro, pero anticipo que están participando más de 5.000 personas de unos 170 países. Uno de los puntos que está en la agenda, desde sus inicios, es el acceso a Internet y la brecha digital que existe a nivel mundial entre el 50% de conectados y el 50% de desconectados.
El mundo ha cambiado 180 grados desde el surgimiento de Internet, tanto como cuando Johann Gutenberg (1399-1468) inventó la imprenta moderna a mediados del siglo XIV. Así fue como se democratizó rápidamente la lectura -privilegio de monasterios y reinos- y la alfabetización se convirtió, paulatinamente, en una necesidad y luego en un derecho.
Hoy hay tanto, pero tanto escrito y expresado en los medios de comunicación, que pocas veces se ha visto una información tan globalizada y en tiempo real, con muertos y sobrevivientes, contabilizados por hora, país por país.
Según el informe 2017 de CEPAL, “la penetración de Internet se incrementó en todos los países entre el 2011 y el 2015. Paraguay ha mostrado que el acceso a Internet sigue sumamente desigual entre los hogares más ricos y los más pobres. La brecha de conexión entre zona urbana y rural es de 20 puntos porcentuales.”
Pero la realidad no sólo supera la ficción, también las estadísticas, y aunque el Ministro Eduardo Petta (MEC) “se jactara por haber negociado con las telefónicas, la liberación de la plataforma digital de educación para que ésta fuera gratuita, lo cierto es que, según la Encuesta Permanente del 2019, el 81% de los niños y adolescentes de entre 5 a 17 años, no cuentan con internet en sus viviendas, y que 8 de cada 10 no tienen siquiera una computadora”, tal como se publicara en “El Independiente”.
La pregunta que comparto es, si luego del Covid-19, la vida habrá cambiado tanto como para soñar con otros paradigmas o utopías, o luego que se supere el miedo mundial, volvamos a transitar caminos ya recorridos y que justamente son los que nos llevaron a este final incierto.
¿Internet no puede ser un derecho humano básico y al que se tenga acceso gratuito? La vida cotidiana e internet serán parte de una unidad indivisible y, por ende, los estados estarán obligados a proporcionarlo como un derecho más, como la educación o la salud.
Cinco países (Estonia-Finlandia-Israel-Canadá-Corea del Sur -BBC News), tienen acceso gratuito a internet. La tarea siempre pendiente es concientizar en cada continente, Foros mundiales y a cada Estado, que este bien escaso en algunos lugares, es una inversión y no un gasto, que mejora la calidad de vida y va a repercutir favorablemente también en la economía y en un nuevo tipo de relaciones sociales.
Paraguay ocupa uno de los últimos lugares en la región, tanto a nivel de acceso, como uso de banda ancha y costo del servicio.
Desde hace 9 meses gran parte de las reuniones de trabajo y de enseñanza se hacen en forma virtual. Más allá de los pesimistas comentarios de alumnos sobre el nivel de aprendizaje, nos queda una enseñanza. O nos integramos al paradigma del conocimiento del Siglo XXI y definimos a este servicio como un derecho más, o continuaremos en el infortunio, tal como lo anticipó sabiamente Augusto Roa Bastos.