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Ancianidad y pobreza

La pobreza puede definirse como una condición humana que se caracteriza por la privación continua o crónica de los recursos, de la capacidad, de las opciones, de la seguridad y del poder necesarios para disfrutar de un nivel de vida adecuado, esta condición de vida la experimentan mujeres, hombres, niños, adolescentes, jóvenes, adultos y mayores de edad en varias partes del mundo y en algunos países de acuerdo a la intensidad de su existencia se convierten en tema de gobierno.

Todos en el mundo somos vulnerables, más existimos personas que poseemos estados de vida más delicados que otras cómo las embarazadas, recién nacidos, discapacitados o ancianos, que por el tiempo de vida que poseen y el estado de su salud ya no son los de antes y se movilizan en silla de ruedas, con bastón o escolta para asegurar su salud todavía en algunos barrios por veredas o caminos desequilibrados. En América Latina existen pocos parques públicos sin asientos, sombra, agua o sanitario para hacer agradable la visita a estos lugares y que pueden servir no solo a nuestros abuelos, padres o conocidos mayores de edad sino a cualquiera presente una necesidad particular.

No se trata solo de atender nuestro apetito, estética o cualquier cosa que queramos o necesitemos sino lo que nos sirva para movernos, asearnos o descansar en algún momento o lugar específico.

Escasas politica publicas

En América Latina existe poca solidez legal  pública que atienda y responda las necesidades de nuestros mayores de edad así cómo poca estabilidad de las pensiones sociales cómo escasa beneficencia a las políticas públicas que terminan decepcionando a nuestros ancianos que optan por migrar a otras ciudades, países y continentes más amigables con personas de su edad nos dejas. Eso hace que familias o círculos sociales nos quedemos sin pariente o persona de edad con lo más valioso que es su experiencia de vida por los años o “acumulación de juventud” cómo  dice mi hermana a personas de edad. 

A quienes les cuesta moverse o pensar y responder con la rapidez y/o fortaleza que alguna vez tuvieron, y que ahora ya están ausentes en su vida, una que desean seguir sin complicaciones con autonomía, confianza y seguridad como sin mucha asistencia que los haga sentir inútiles, una carga o molestia para cualquiera. Un intendente, gobernador, concejal, parlamentario, ministro o ciudadano cualquiera debemos mostrar solidaridad, empatía y generosidad para con la gente implementando políticas públicas hacia esos sectores. 

Soy un millennial viviendo con rodillas y cabeza golpeadas desde hace más de 10 años y esta compleja vida me ha ayudado a entender y comprender a quienes viven en un  cuerpo sin capacidades para levantarse de un asiento, caminar, correr, moverse o responder con la velocidad esperada. Una que se da hoy día con mucha naturalidad, la hora o los minutos que antes parecían no pasar ahora aquel lapso de descanso, alimentación o trabajo termina más rápido que antes y debemos entender que “nunca es tiempo perdido, es tiempo aprendido, es parte de estar vivos, sanamos, crecemos y seguimos” todos igualmente o es el deseo de quienes habitamos cualquier ciudad, estado o país que nos toque vivir.

Nos vamos poniendo viejos

Ahora América Latina envejece. Según la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) estima que en 2024 la cifra de personas a partir de los 60 años es de 94,9 millones, representando el 14,2 por ciento de la población total. Se trata del grupo de edad con mayor crecimiento, y supondrá nada menos que un cuarto de la población total en 2050, y a su vez somos una de las regiones del mundo en la que la tasa de natalidad ha disminuido aunque tengamos mucha juventud, que no queremos comprometernos con nuestro empleo, estudio, familia, relaciones amorosas o cualquier correspondencia que implique estar con alguien para construir una familia, equipo deportivo, académico o cualquier grupo que tenga su propósito social de alguna forma. Hay que atender este fenómeno creciente y preocupante.

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