- La locura. Hay una nueva generación de políticos desmesurados. En todos los rangos de edades. En todos los partidos y de todas las ideologías. Hay de derecha, de izquierda: para todos los gustos. Se atreven a decir cualquier cosa. A vestirse con desparpajo sin temor al ridículo. El ridículo suele ser venerado en la redes. Es ya un credo. Todo por llamar la atención, por tomar distancia de los políticos serios y aburridos. Es el ridículo la banalización de la política. ¿Y por qué son así? Eso también deberíamos preguntárselo a los electores.
- El sobrecálculo político. La política es cálculo. El político debe saber calcular sus decisiones. Darle sentido y prudencia a la acción de gobierno. El problema es cuando un político lo calcula todo. O lo calcula de más. Calcula tanto una decisión que termina siendo tardía e inútil. El sobrecálculo de un político es producto de su miedo. De su indecisión. De no querer asumir riesgos al tomar decisiones. De cuidarse la cara a costa del no hacer. De mostrarse sin arrojo ante acciones que exigen valentía y riesgo.
- El gobernar para las redes. Nadie duda la importancia de las redes sociales. Su influencia en las decisiones de poder. Las redes sociales son la nueva plaza pública. Esa inmensa telaraña de demandas, quejas y burlas. Ese tribunal implacable y a veces injusto de políticos. Pero el poder no debe someterse a las redes, pues ahí hay de todo. Y todo es todo. Un político no puede gobernar para las redes, pues difícilmente las dejará satisfechas. Un político debe administrar sus miedos ante las redes sociales.
- La falta de objetivos. Lo dijo Weber: uno de los grandes pecados del político, es su falta de objetivos. Y esa pareciera ser una característica fundamental de nuestros tiempos. Tenemos políticos que no saben hacia dónde va su gobierno. Qué objetivos persiguen sus políticas. Navegan en el mar de las generalidades. Siempre en la promesa que nunca logra cumplirse. En blindarse con pretextos actuales y lamentos sobre los malos gobiernos pasados.
- La ausencia de verdad. ¿Está la verdad en peligro de extinción en la política? Los grandes políticos no son los que mienten sino los que asumen. Decir la verdad no es ingenuidad política. Es dar estatura al ciudadano. Es darse estatura a sí mismo el político. Mentir puede ser en ocasiones una estrategia ante los enemigos. Pero no se puede convertir en un hábito de gobierno.
- La falta de empatía. Hay elecciones que se ganan por hartazgo hacia los que gobiernan o gobernaron. Por un líder cuyo carisma riega a un sinnúmero de candidatos de su partido. O simplemente por las circunstancias. O la fortuna, esa de la que hablaba Maquiavelo. De ello debe estar consciente el político. No piense que todos los votantes le favorecieron por sus atributos. Sea empático entonces con ellos. Que no se le suba su vanidad. Mire hacia el suelo todos días. Compruebe que sus pies siguen ahí.
- Su falta de ética. La política sin ética es un fraude. Un fraude consigo mismo. Un oficio sin valor. Hay toda una tradición ramplona y mediocre, que justifica la acción política exenta de valores éticos. No compre esa idea. No repita la frase que dice que un político pobre es un pobre político. Huya del sentido cínico que algunos quieren darle a la política.
Culiacán, Sinaloa, miércoles 01 de noviembre de 2023. Twitter @guadalupe2003