Un largo y penoso trajinar por conocidos senderos de improvisación, tal como lo recoge la historia política de los últimos cien años.
Pocas veces en la historia contemporánea un país tuvo alternativas tan delirantes a la hora de elegir presidente de la república como la Argentina de nuestros días. Quizá la palma se la lleve el candidato oficialista, Sergio Massa, que acumula un record de apodos, comenzando por la mismísima Cristina Kirchner quien lo calificó un día de “fullero”, es decir, persona que hace trampas en el juego o que engaña con astucias. La vicepresidenta de la Nación calificando de tramposo a su ministro de economía y candidato a Presidente en las elecciones generales. Inaudito. Pero eso no es todo. Mucha prensa prefiere definirlo como un “vendehumo”, alguien que desde un puesto de alta responsabilidad, promete o anuncia cosas que nunca se cumplen. Otros apelan a su presunta condición de “panqueque” por la frecuencia con la que, según sus detractores, Massa cambia de bando político. Eso, en lo meramente formal. La cuestión de fondo es más grave. La opinión pública se pregunta cómo pude candidatarse a la más alta magistratura el responsable de que la inflación haya llegado al 130% anual mientras el dólar, en su gestión, rompió la barrera de los 1.000 pesos en 12 meses partiendo de 350. Con la pobreza envolviendo al 40% de la población, trabajadores formales que no llegan a fin de mes y riesgo país escalando a 2.300 puntos, el autor de ese estropicio se aferraba sin embargo a una significativa tajada en la intención de voto de los argentinos. ¿Quién entiende todo esto?
Otro aspirante al record mundial del disparate es Javier Milei, candidato de La Libertad Avanza, un partido sancochado a los apurones a la medida de su fundador, máxima y única figura en la parafernalia de la novel pero bullanguera formación política. Milei no se cansa de propalar a los cuatro vientos su liberalismo ortodoxo y de haberse criado al abrigo la Escuela Austríaca, una disciplina que, según analistas, es una “una revolución en el campo de la teoría económica, de las ciencias sociales y de la filosofía política”. La oratoria de Milei, básicamente provocativa, se nutre de frases que repite constantemente, entre ellas, “viva la libertad carajo”, “la casta tiene miedo”, “yo no vine a arrear ovejas sino a despertar leones”, con agregados como “dinamitar el Banco Central”, “meter una motosierra en el funcionariado público” y “acabar con ese excremento llamado peso”. Sobre semejante campo de batalla verbal galopa su caballito de batalla, dolarizar la economía tal como hizo Ecuador y Panamá. Pero instado a definir claramente la idea, el candidato se abroquela en su verba flamígera con la que pocos se animan a quemarse.
Como tercera opción, una aburrida Patricia Bullrich intenta seducir al electorado en nombre de un macrismo que promete cárcel para los malos y acabar para siempre con el kirchnerismo. Sí, pero..… ¿y después? Después, arriesgamos nosotros, un largo y penoso trajinar por conocidos senderos de improvisación, tal como lo recoge la historia política argentina de los últimos cien años.
Pobre Argentina. No gana para sustos.