No hay lado ni ganadores en una hipotética III Guerra Mundial. Sólo perdedores, destrucción total, silencio y muerte.
Por Cristian Nielsen
El 30 de noviembre de 1939, tropas soviéticas invadieron Finlandia. El argumento del todopoderoso jerarca Viacheslav Mólotov era la necesidad de apoderarse de un pedazo de territorio finlandés que defendiera el flanco débil de Leningrado. Confiados en que aquello sería un paseo militar, tropas y tanques atropellaron la frontera ruso-finlandesa para internarse en una geografía accidentada y cubierta de nieve.
Guiados por el hábil Gustav Mannerheim, militar de familia patricia, los soldados “vestidos espléndidamente de blanco y alimentados con leche cuajada” (R.C. — Espasa Calpe—II Guerra Mundial) propinaron un frenazo brutal al asalto enemigo. Luego de tres meses de hostilidades, los invasores soviéticos registraron 116.000 muertos o desaparecidos además de 5.572 prisioneros, 2.000 tanques y vehículos blindados destruidos así como 950 aviones. La sangría rusa fue profunda pero la matemática llegó en defensa de la pobre organización de la invasión. El aluvión de tropas y medios fue tal que el veterano Mannerheim debió finalmente rendir la plaza. La URSS obtuvo su pedazo de tierra y los finlandeses debieron conformarse con un gobierno títere impuesto desde el Kremlin.
LA HISTORIA SE REPITE – Como hace un siglo, los rusos se metieron una vez más en una aventura encabezada por la incertidumbre. La operación militar especial en Ucrania de Vladimir Putin tiene características similares a la que puso en marcha Molotov en Finlandia hace un siglo y que subestimó dos cosas: la nieve y la determinación de los hombres de Mannerheim.
Ahora es el turno del jerarca ruso, quien no contó con la entrega patriótica de los soldados de Zelenski. Y sobre todo, con el terreno pantanoso que ya en la II Guerra había atascado las columnas blindadas nazis. “Aquí -dijo fastidiado el mariscal Guderian– un cubo de agua produce una tonelada de lodo”.
Los ucranianos sabían eso desde un comienzo y, tal vez inspirados en la gesta independentista de la República Popular de Ucrania de 1919, maniobraron con valor y habilidad aprovechando el terreno y empleando con gran eficacia el armamento enviado por países amigos. Si la resistencia finlandesa tuvo su límite, la de Ucrania está extendiéndose casi indefinidamente.
Y en el Kremlin, alguien se está poniendo muy nervioso.
NO HAY LADO NI GANADORES – Para algunos analistas, la causa de Putin en Ucrania está perdida. Demasiados muertos, demasiado frío y… muchos horrores. Sin embargo, un artículo en The New York Times (21-03-2023) indicaba que pese a los reveses militares en el frente de combate, “una agitación social extendida, aunque desigual… ha permitido al líder ruso tener más dominio que nunca en su país”.
En auxilio de este criterio viene Gregory Yudin, politólogo y sociólogo ruso, experto en opinión pública, quien arriesga una pintura virtual sobre los verdaderos propósitos de Putin:
“La guerra (en Ucrania) es, ahora, eterna. No tiene ningún objetivo que pueda alcanzarse ni conducir a su fin. Continúa simplemente porque en la imaginación de Putin son enemigos, porque quieren matarnos y porque nosotros queremos matarlos a ellos. Para Putin, se trata de una confrontación existencial con un enemigo decidido a destruirlo”.
Guerra eterna, enemigos, todos quieren destruirnos…
En medio de un clima pre bélico tan denso, las amenazas de Putin con su arsenal nuclear parecen ser algo más que un ejercicio semántico. Casi le faltaría exclamar, como en la era de los caballeros andantes del Medioevo: “Elegid bando y armas, buen señor, porque habréis de jugaros la vida”…
Pero Putin no es ningún cruzado defensor de la fe.
Y en una hipotética III Guerra Mundial, no hay bando ni caballeros… no hay lado ni “justas causas”… no hay ganadores ni celebración…
Solo hay perdedores, silencio y muerte.
