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Ser o no ser

«Descubrir la energía interior y entregarla para renovar el mundo; he aquí el altruismo.» Rafael Barrett.
(*) Luis María Fleitas Vega

En estos días se ha vuelto famoso el término: «significativamente», como si fuera el principal adjetivo o adverbio superlativo de la lengua castellana. Y creemos entender el momento y el contexto. Pero también creemos que existe otra frase, más famosa aún que la anterior palabra, muy importante y con pedigrí literario que debemos recordar: «ser o no ser». Hamlet, acto tercero, escena primera de William Shakespeare.

Si el movimiento interno de la ANR, Honor Colorado, más conocido como el «cartismo», sostiene que es una fuerza política democrática, generadora de empleos, desarrollo y bienestar social en el Paraguay, entonces se sometería a los preceptos universales de una república democrática. Tampoco impondría sus tácticas viciadas de grosero mercantilismo; mucho menos, disfrazaría sus negocios con artimañas seudo legales. Ningún medio puede justificar sus medios.

El cartismo, así como es, está representando a los «principados y potestades», perfectamente descriptas en la Biblia. Su imperio económico construido a partir del contrabando y el lavado de capitales; su despotismo político que llegó a la máxima expresión en el 2017, con la muerte de Rodrigo Quintana dentro de la sede del PLRA; su megalomanía depravada queriendo transformar este país en una gran empresa nacional, con cada poder del Estado como subsidiaria, y cada ministerio como una S.A., nos tiene harto a todos, sin excepción.

No creo que pase un mes sin que aparezca otro exabrupto del Cartismo y la consecuente reacción institucional, popular o diplomática. Aunque alinee toda su artillería, su pelotón de abogados, sus sicarios y sus «hurreras» partidarias, no podrá contra el acorazado de la decencia pública y la justicia divina. Cualquiera de los dos, no sé en qué orden, lo destrozarán, más temprano que tarde.

El cartismo, así como es, nos tiene acostumbrado al vejamen nacional; un día nos desayunamos con sus acciones de una empresita de empanadas, y al otro con las acciones tercerizadas del estacionamiento tarifado asunceno. El cartismo nos cobra un canon desde que estacionamos el auto para trabajar, luego cuando compramos el tereré rupá (merienda), luego, cuando subimos al transporte público y pagamos con el billetaje electrónico; luego cuando llegamos en casa y encendemos la TV para ver el futbol local. Si queremos refrescarnos con alguna bebida azucarada o espirituosa, también allí está el cartismo con su red. Finalmente, si tenemos algún problema de insomnio y recurrimos a alguna red de farmacias, allí está el omnipresente movimiento colorado. Imposible no verle al Cartismo, está desde la sopa que ingerimos hasta el inodoro que nos libera.

Si el cartismo, así como es, fuese un sistema constructor de la sociedad, un agente del cambio y un paradigma del desarrollo sustentable, se sometería a la justicia internacional. Bastaría que pase a Foz de Iguazú y se someta a cualquier oficina federal. O algo más fácil aún, que vaya hasta la embajada de los EEUU y se entreviste con el embajador y se someta a cualquier fiscalía del gran país del norte. No creo que gaste, ni siquiera pasaje.

En pocas palabras, cuando las intenciones son buenas, todo se transparenta. La luz ingresa en las cavernas y se disipan las sombras y las tinieblas.

Como el cartismo «no es» una estrategia nueva, innovadora, que ha descendido a la arena para trabajar por el bien común y no para su bien particular, el paraguayo común, aquel de los mercados y los estadios de fútbol, ya no puede seguir tolerando sus exabruptos políticos. Al decir de Shakespeare en su inmortal obra: ¿»es o no es» el cartismo un movimiento político? Al haber copado una convención cambiado un estatuto centenario y llegado al poder en forma prepotente e impaciente; al «interpretar» de nuevo en este tiempo que cualquiera puede firmar un cheque en la ANR, menos su presidente, el cartismo no pasa de ser un batallón mercenarios.

Finalmente, estamos seguro que llegará el día que un fiscal valiente lo procese, una cuadrilla de policías honestos lo detenga y un juez probo lo encarcele. Si todo eso no ocurriere en menos de un año, este país no valdrá la pena para criar a nuestros hijos y nietos. Estaremos ante un Estado fallido y se cumplirá inexorablemente lo del profeta Oseas: «Mi pueblo perece por falta de conocimiento». Os. 4:6
(*) Columnista invitado

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.

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