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“Las horas más oscuras” parte I: Carta a mi madre

Esta carta seguro te encuentra ya en Paraguay, después de intensos quince días donde el desapego fue el gran protagonista, y tus abrazos apretados necesarios para sobrellevar la carga que traía encima. Quince días que pensé, de manera ingenua, los podía atravesar sola. Que equivocada estaba. Que importante fue que siguieras ese instinto maternal repitiéndome una y otra vez “creo que sería bueno que me dejaras acompañarte hija”. Ustedes las madres son medio brujas y videntes, que a pesar de mi respuesta reiterativa “no ma, no es necesario, tranquila”, entendiste que tu presencia era imprescindible a pesar de que no te lo decía.

Esta carta la estoy escribiendo mientras te veo dormida en el cuarto de junto, descansando tu cuerpo fatigado de empacar a mi lado, parte mi vida. Es una noche lluviosa como es costumbre en estas fechas, y a pesar de la inmensidad de esta ciudad, hoy en particular todo está en silencio. De tanto en tanto escucho aviones pasar, esos que me recuerdan que viajas mañana y que mis días contigo se acaban. Agosto termina hoy y con él se van las horas más oscuras. Pero esta carta la vas a leer arrancando el mejor de los meses en Paraguay, ese donde todo florece, el clima se vuelve agradable y el color regresa. Como tu presencia estos días acá. Sos ese arcoíris que coloreó mis días, haciéndome algún chiste para que sonría, bailando a mi lado mientras empacábamos, repitiéndome palabras bonitas, tomándome de la mano cuando sentía que ya no podía. ¡Ay ma! si supieras que con un abrazo tuyo me siento protegida. No es necesario que digas nada, porque cuando tu mirada se encuentra con la mía se que todo estará bien.

El miedo y los fracasos son ineludibles, yo lo sé, éste es quizás uno de los dolores más grandes que me toca atravesar. Uno que no proyecté en mi plan de vida, uno que sin duda marcará un antes y un después. Este dolor es inevitable, pero con tu presencia lo has hecho mucho más tolerable. Agradezco tu silencio oportuno en nuestros viajes en coche por esa extensa autopista mientras me escuchabas llorar, o tu tararear constante de alguna canción que ponía en el spotify. Prudente y sabia, entendiendo el proceso sin juzgar. Guiando con ternura y paciencia a esta hija tuya que anda reuniendo sus partes para volver a volar.

De este viaje nos quedan esa tarde de helado con sabor a pistache, esa noche en la cruz roja con un tobillo torcido y esos cigarrillos compartidos. Nos quedan ese día que me acompañaste al trabajo viéndome orgullosa cómo me desenvolvía, las ocho cajas y seis maletas que llenamos meticulosamente y los amigos que hicimos en la oficina de DHL. Nos quedan unos cuantos secretos que solo vos y yo sabemos, esos que nos unen en una hermosa complicidad.

Esta carta la escribo pensando en la fortuna de saberme tu hija y en el privilegio de tener una conexión tan genuina. Soy tu sangre que corre por mis venas, tu reflejo y tu genética, soy esa extensión de tu ser y la alegría de que nos conocemos del derecho y del revés. Estas horas tan oscuras a tu lado me hicieron entender que no hay luz sin sombra, ni alegría sin dolor. La vida es justo eso, lo que ganas y lo que pierdes pero entregando siempre el corazón.

Gracias por estos quince días madre mía, contigo salgo de ésta mucho más fortalecida.

Jessica Fernández Bogado
Jessica Fernández Bogado
De un país pequeñito llamado Paraguay, viviendo en un país enorme llamado México. Hablo mucho y escribo más. TW & IG: @Jessiquilla

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