La guerra le tuerce el brazo a los estados con compromiso ambiental
No es un secreto para nadie que Rusia le está torciendo el brazo a más de un gobierno europeo obligándolo a pasar por encima de sus programas para migrar la producción de energía de fuentes fósiles hacia otras de tipo renovable con escaso o nulo impacto ambiental. El costo material es enorme pero lo es aún más en términos de erosión de la confianza pública en dichos programas de reconversión con cuota medioambiental.
Al impacto del conflicto ruso-ucraniano se suma la sequía y consecuente bajante de los ríos que está sacando de producción a más de una central hidroeléctrica. En España, agosto va a cerrar con una caída del 50% en el aporte de dichas centrales, obligando a derivar la demanda hacia las usinas de ciclo combinado que son otro atolladero, ya que funcionan con una combinación de turbinas de gas natural o bien de vapor de agua. Y mientras el agua escasea, el gas deja de llegar o cuesta el doble. Hasta Noruega, que produce el 96% de su energía con centrales hidroeléctricas ha visto reducirse en casi un tercio la capacidad de sus embalses y se ve obligada a limitar sus exportaciones de electricidad. Esto es malo, considera el gobierno noruego. “Lo último que necesitamos es socavar la cooperación y la previsibilidad del comercio y el flujo de energía de los que depende la transición energética europea” admite su ministerio de Energía.
Guerra y sequía cayeron al mismo tiempo sobre un continente que avanzaba decididamente hacia las energías de fuente renovable. Pero por el momento, las más ambiciosas metas ambientalistas han debido congelarse para resucitar viejas plantas alimentadas con turba, lignito, hulla y antracita, los tipos de carbón que aún abundan en el viejo continente.
Francia, que produce el 77% de su energía eléctrica con 58 centrales nucleares se está viendo en figurillas para abastecerlas del agua que necesitan para enfriar los reactores.
Una central atómica que produce 1.000 Mw (una turbina y media de Itaipú) consume al año 20 millones de metros cúbicos de agua dulce. Francia tiene una potencia instalada de 63.000 Mw en reactores nucleares que comprometen al año 126.000 hectómetros cúbicos de agua, cifra crítica en un país con los ríos en bajante.
El futuro inmediato, con el invierno a las puertas, es una dieta energética para un continente acostumbrado a la abundancia.