Burócratas quieren aguarnos la fiesta que pagamos de nuestro bolsillo.
Existe una expresión acuñada por los analistas económicos que ha hecho carrera en la comunidad periodística por lo bien que “suena”. Es aquello de “zona de confort”, que la doctrina vigente define así: “Un estado psicológico que puede estar asociado a un lugar, a un pensamiento o a una acción, en el cual la persona opera en una condición de ‘ansiedad neutral’ y sin sentido del riesgo utilizando una serie de comportamientos para conseguir un nivel constante de rendimiento”. Tratando de bajar a tierra, sería una especie de estado de gracia en el cual nos encontramos a gusto, trabajando en lo que amamos y disfrutando de la vida.
Confort significa bienestar, todas las variantes de comodidad que hemos podido darnos con nuestro trabajo. El retail se ha encargado de acercarnos ese confort con ofertas apropiadas, largas cuotas y facilidades diversas para comprar todo aquello que nos hace la vida más cómoda y vivible. ¿Alguien podría encontrar algo más deseable que llegar a casa, encender el aire acondicionado, poner el partido en la tele y disfrutar de una cerveza fría mientras nos preparan unas milanesas en la cocina eléctrica? Si ese no es el paraíso, le pega en el palo.
Pues bien, ahora todo eso está siendo cuestionado. Sesudos análisis de especialistas eléctricos intentan convencernos que vamos por mal camino con esas prácticas abusivas. Y nos instan a mirar con sospecha la heladera, el freezer, el aire acondicionado, la cocina eléctrica, la plancha y hasta el termocalefón, todos artefactos con los que el demonio consumista nos empuja a pecar usándolos más allá de lo que la moral eléctrica oficial nos aconseja. Es decir, hemos estado trabajando duro toda la vida para construirnos nuestra propia “zona de confort”, el hogar por antonomasia, del que ahora los severos monjes del ahorro energético nos quieren echar.
¿Cómo decirle a alguien que tiene resto para pagarse todos esos “lujos” que pare la mano y baje el gasto de luz? ¿Por qué el usuario de energía eléctrica tiene que pagar el pato de una empresa pública monopólica con una infraestructura hundida en décadas de atraso y desinversión? Es la típica respuesta del Estado ineficiente: ¿No hay agua? Gasten menos. ¿Colpaso energético? Desenchufen electrodomésticos.
En una economía equilibrada, servida por operadores eficientes, el tope en el gasto de servicios los aplica el usuario, pero no a costa del confort alcanzado por propio esfuerzo y muchas veces, en contra de un Estado paquidérmico y caro.