Tiempo de celebración pero también de introspección
“La calma y una vida modesta trae más felicidad que la persecución del éxito combinado con agitación constante”. La frase pertenece al físico Albert Einstein, quien además de empujar a la humanidad a una nueva era en la ciencia aplicada, dejó una serie de reflexiones sobre el Universo, la existencia de un ser supremo y la necesidad constante del hombre de encontrar respuestas a preguntas que desafían lo existencial.
“El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir” dejó dicho también el sabio de la relatividad, a quien, por otro lado, no lograban acorralarlo con citas bíblicas en aparente abierta contradicción con la ciencia.
¿Un mundo creado en 6 días o en 14.000 millones de años? preguntaba Einstein a los seguidores literales de la Biblia. Para él no existía disonancia alguna en ese planteo. Una cosa -aseguraba- es el tiempo calendario inventado por el hombre hace menos de veinte siglos y otra muy diferente los periodos geológicos que se miden por miles y millones de años.
La figura de un Dios omnipresente y omnipotente lo acompañó durante toda su vida, pero no de la manera en que lo practica la mayoría de los creyentes. Cierta vez afirmó: “Creo en el Dios de Spinoza (filósofo holandés del siglo XVII), quien se reveló a sí mismo en la armonía de todo lo que existe. No en el Dios que se esconde tras la fe y las acciones de los hombres”.
Otro físico de su calibre, Stephen Hawking, extrema el planteo y se pregunta directa y provocadoramente si hay un Dios. Cree que el universo no es producto de una voluntad divina sino que fue determinado por una ley de la ciencia. Llamó a eso “el gran diseño”. En 2010, entrevistado por la cadena ABC, Hawking afirmó que “uno no puede probar que Dios no existe. Pero la ciencia hace a Dios innecesario”. Pese a declararse abiertamente ateo, Hawking visitó varias veces el Vaticano, participando en sesiones de la Pontificia Academia de Ciencias en donde llegó a exponer su teoría del origen del universo.
Pero si a unos preocupa el comienzo, a otros los desvela el otro extremo, el final de todo. En su libro “En qué creen los que no creen”, el escritor Umberto Eco le confía al cardenal Carlo Martini, jesuita, profesor de teología y arzobispo de Milán: “Estamos viviendo nuestros propios terrores del final de los tiempos al celebrar el crepúsculo de las ideologías y de la solidaridad en el torbellino del consumismo irresponsable”. Y se pregunta si acaso hay todavía lugar para la Esperanza (con mayúscula). El cardenal, jesuíta al fin, responde con una pregunta: ¿Qué cimenta la dignidad humana sino el hecho de que todos los seres humanos están abiertos hacia algo más elevado y más grande que ellos mismos?
Feliz Navidad