En el Paraguay, todo propietario de tierra es sospechoso hasta que se pruebe lo contrario.
Esta máxima está vigente desde hace décadas en un país en el cual, si se sumaran matemáticamente todos los títulos de propiedad, tendríamos que pedir prestado territorio a Brasil, Argentina y Bolivia para emparejar el catastro con los documentos de presunto dominio. Este desbarajuste no sólo hace extremadamente inestable la propiedad privada sino que además su alta cuestionabilidad de origen genera un subproducto muy codiciado por los especuladores: el excedente fiscal.
De manera que el festín con las tierras tiene varios ítems en el menú: la propiedad en expectativa propiamente dicha, el sobrante derivado de mensuras ordenadas una detrás de otra para “aclarar” la situación de una determinada extensión de tierra y como si esto no fuera suficiente, hay un condimento adicional llamado “tierras mal habidas” que suma un componente de alta subjetividad, es decir, la reprochabilidad del origen de una propiedad. En esta categoría caen los jerarcas supérstites del “ancien regime” estronista, sus herederos y beneficiarios. De manera que la elección de argumentos depende del “demandante”: título sospechado de legitimidad, excedente fiscal o propiedad obtenida por favores políticos.
Sobre todo este caos sobrevuelan los buitres habituales: políticos oportunistas ansiosos por dar una dentellada al pastel, lobos merodeadores vestidos con la piel del luchador social y funcionarios de Estado desleales que no quieren perder su participación en el saqueo. Como telón de fondo en cada puesta de escena, y mezclados los unos con los otros, sintierras auténticos y farsantes, completando una fotografía que aman las oenegés especializadas en fogonear conflictos sociales desde la ideología, la perspectiva de género, etc.
Este infierno podría tener una salida eficiente: el catastro rural, ordenando de una buena vez y para siempre la tenencia de la tierra en el Paraguay. Pero eso sería arruinar el negocio de verdaderas generaciones de sinvergüenzas que se turnan en el despojo. Hasta ahora, y decimos ahora, ningún gobierno ha hecho el menor esfuerzo por romper este reducto de corrupción abroquelado, principalmente, en el Indert y en el Parlamento.
Todos a una, protegiendo un inmundo negocio.