Nos encontramos en una era marcada por la volatilidad. La economía sube y baja, los
avances tecnológicos transforman nuestras rutinas a una velocidad vertiginosa, y los
conflictos sociales y políticos se intensifican en todos los rincones del mundo. En estos
claros tiempos de incertidumbre, la sensación de estabilidad parece cada vez más
lejana.
La incertidumbre no es nueva, pero ahora se manifiesta con una intensidad que
desafía nuestras estructuras tradicionales. Las instituciones que antes ofrecían
seguridad, la educación, el trabajo e incluso la familia, se ven cuestionadas por
cambios profundos y acelerados. Esta transformación puede generar ansiedad,
aunque también podría abrir una puerta a la reflexión y la reinvención.
En lugar de temer la incertidumbre, tal vez deberíamos aprender a convivir con ella.
Adaptarse no significa resignarse, sino desarrollar nuevas habilidades: pensamiento
crítico, resiliencia emocional y capacidad de aprendizaje continuo. Todas estas
competencias nos permiten navegar el caos de la incertidumbre con mayor confianza y
creatividad.
Aparte, los tiempos inciertos nos obligan a redefinir nuestras prioridades. ¿Qué es lo
que valoramos realmente? ¿Qué tipo de realidad queremos construir? En medio de la
confusión, surgen oportunidades para imaginar futuros más justos, sostenibles y
humanos.
La incertidumbre, aunque incómoda, puede llegar a ser fértil. Nos empuja a cuestionar,
a innovar, a conectar con otros en busca de algún sentido. En vez de verla como
amenaza, quizá podríamos convertirla en una aliada. Porque en la niebla del cambio,
también se encuentra la posibilidad del amanecer de un nuevo día.

Licenciado en ciencias politicas (UNA), editor, comunicador, productor y editor de contenido creativo para medios de comunicacion o intereses particulares
