Se sigue insistiendo en que la banda armada que opera en el norte de la región Oriental practica “terrorismo ideológico”. De vez en cuando caen en poder de la FTC algunos cuadernitos con anotaciones de primer grado con algunas consignas gugleadas en internet y aparatosos “ejercicios de entrenamiento”, con gente vistiendo ropas que se pueden comprar en cualquier comercio de camping y luquear luego con una maquina de coser y un poco de ingenio.
Es evidente que a esa gente le sería imposible meterse en la teoría y práctica de la guerrilla terrorista al estilo de Mario Firmenich en Argentina, Abimael Guzmán en Perú y hasta los mismísimos hermanos Ortega en Nicaragua antes de que su pretendida “revolución sandinista” mutara en una dictadura más brutal y despiadada que la que desalojaran del poder en 1979. Son simples bandoleros semianalfabetos, poderosamente armados por los patrones de la droga y entrenados para el secuestro y el asesinato como herramienta de terror delincuencial con la cual mantener expeditos y liberados los mil y un caminos de la droga.
Se habrá caído en la cuenta de que ese enclave delictual que se ha apoderado del norte funciona perfectamente con o sin pago de rescates producto de secuestros extorsivos. El armamento de que disponen, la comunicación, el equipamiento para mantenerse 365 días al año sin angustia de alimentos, ropas y albergue todo tiempo dice a las claras que el grupo recibe subsidio de los grandes narcotraficantes que, oh casualidad, transitan por toda la región norteña plantando marihuana en reservas naturales y vehiculizando cargamentos de cocaína de Bolivia hacia los grandes mercados brasileño y argentino.
El supuesto ejercicio de ideologías extremistas o la práctica de una guerrilla románticamente guevarista o zapatista son tonterías que sólo sirven para adornar algunos titulares ingeniosos. La realidad es más simple y, a la vez, mucho más peligrosa. El Estado libra en aquellos parajes una guerra contra el crimen organizado, poderosamente armado y con recursos monetarios suficientes para comprar voluntades, silencios y complicidades. Son miles de millones de dólares que anualmente corren desde las zonas de producción, procesamiento y comercialización hacia bolsillos que mantienen expeditas las rutas del delito, lejos de la justicia y de las fuerzas del orden.
Esa es la pura realidad y nada de fantasías quijotescas.
