Todo ser humano ha anhelado siempre encontrar un edén, un refugio perfecto para ser
feliz sin dolor o carencias. Ese deseo universal nace de nuestra obvia insatisfacción
con este injusto mundo. Soñamos con un sitio armonioso sin conflicto y de alegría
perpetua. Esta búsqueda ha inspirado épicos mitos y leyendas, hasta obra de arte a lo
largo de la historia. Soñar con ese lugar celestial es solo querer estar en la versión
más pura de la paz.
El concepto de paraíso varía según culturas, religiones y experiencias personales.
Para muchos, es un jardín lleno de delicias; para otros, una playa soleada o una
ciudad sin violencia. Lo interesante es que todos coinciden en idealizarlo como un
refugio de bienestar. Esa coincidencia revela una necesidad humana universal: la
búsqueda de sentido y tranquilidad. Soñar con un paraíso es nada más y nada menos
que, soñar con una vida digna.
Sin embargo, el riesgo de idealizar demasiado ese paraíso es olvidar que la realidad
también puede ser moldeada. Si esperamos que todo sea perfecto para sentirnos
satisfechos, corremos el riesgo de vivir en un constante estado de frustración. El
paraíso no tiene que estar al final de nuestras vidas, puede estar en los pequeños
gestos, en los vínculos sinceros, en la justicia verdadera. Soñar es necesario, pero
actuar lo es aún más.
Es por eso por lo que, el mayor reto es encontrar el paraíso en lo cotidiano, sin dejar
de creer en un mejor mañana. Debemos de usar ese sueño como una brújula, no
como un escape de la realidad. Soñar con un paraíso da sentido a toda causa
humana, pero quizás nunca alcancemos ese lugar perfecto, aunque en el intento
podemos construir algo genuino. Porque el verdadero paraíso no está en otro mundo,
sino en el que decidimos crear juntos.

Licenciado en ciencias politicas (UNA), editor, comunicador, productor y editor de contenido creativo para medios de comunicacion e intereses particulares