- El victimismo. Una frase de nuestras madres siempre ha sido: “No te hagas la víctima”. Ello, porque hacerse la víctima es un chantaje. Un intento de manipulación sentimental. También es un pretexto. Igual pasa en política. El victimismo es una de las herramientas favoritas del político demagogo. La utiliza para justificar su ineficacia. Para huir del debate. También para atacar a sus enemigos, que son sus victimarios. “Todos están contra mí”, es la letanía. El victimismo es una cueva para evadir la realidad. Para evitar dar la cara de sus actos.
- El resentimiento. El resentimiento son rencores que no se van. Que están ahí desde temprana edad. Es una colección de agravios que nos ha dado la vida. Agravios que luego se convierten en cuchillos. El resentimiento culpa a la vida de lo que no nos dio. Nos construye una visión oscura y grave, que evita ver nuestros triunfos. El resentimiento es una posición ante el contexto. Un coraje contra las condiciones adversas que se vivieron. Desde el poder se hacen posibles las revanchas. Un político resentido es un político agresivo. Un político resentido no ve por los demás al momento de actuar. El político resentido siempre trae el pasado al presente. No sabe darle vuelta a la hoja. No sabe perdonar lo que lo agravió en otros tiempos.
- La paranoia. La paranoia es la madre de la desconfianza. Se finca en el miedo. Y el miedo es la base del poder. Sobre él se construye. El miedo siempre acecha al político. El miedo es un padecimiento permanente. Por eso el político siempre ve dobles intenciones en sus enemigos, pero también en sus amigos. Hasta en sus familiares. Para el político paranoico, nada es casualidad. Todo está encaminado a destruirlo. Hasta su propia sombra infunde miedo al político.
- El sadismo. Para qué sirve el poder si no es para humillar, dice Mr. Burns, personaje de Los Simpson. El poder engendra un dejo de sadismo, ese placer de hacer sufrir a los demás. Sobre todo a los empleados. Al político sádico le gusta humillar a sus enemigos. Pero también a sus colaboradores, un deporte del poder cada vez más común en los gobiernos. El político sádico humilla, se burla, minimiza a los demás. Siente placer en hacer menos a quienes lo rodean. Los exhibe para que la humillación sea pública y se extienda a sus familias. Algo anda mal cuando el que tiene el poder, lo utiliza para denigrar al semejante.
- La ingratitud. La ingratitud siempre termina devorando al político. La memoria del agradecimiento desaparece cuando el político asume el poder. Se vuelve un ser ingrato. Olvida los favores y los sacrificios de quienes le ayudaron a llegar donde está. Desprecia y minimiza a quienes en algún momento se la jugaron con él. Nada duele más en la vida y en la política que la ingratitud. La ingratitud es una traición a la confianza y a la fe de los otros.
- La mitomanía. La mentira es uno de los desvaríos del poder. Es parte de la retórica de la política. El político construye su propia historia y termina enamorándose de ella. Esa historia que siempre es épica, grandilocuente y única. El poder es delirio de grandeza y el político construye sus propias mentiras que terminan devorándolo. Miente en lo grande y en lo pequeño. Miente por mentir. La mentira es un vicio del poder. Al político lo definen sus mentiras.
- Los complejos. Nadie está libre de complejos. El político tampoco. Los complejos son episodios desafortunados de nuestras vidas que han dejado huellas. En la vida privada es un asunto de cada quien; pero gobernar con complejos tiene consecuencias. Afecta a muchas personas. Una de las primeras tareas del político es luchar contra sus Complejo de inferioridad, de culpa, de ignorancia. Esos ni con el poder se van. Al contrario: se vuelven peligrosos.
Culiacán, Sinaloa, miércoles 14 de junio de 2023. Twitter @guadalupe2003