sábado, octubre 11

Siete estaciones del tren de la política

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Por: Guadalupe Robles, historiador mexicano

  1. El comienzo y la ingenuidad. Los comienzos suelen ser ingenuos. Quien entra a la política por primera vez, trae una idea romántica de las cosas o en todo caso, imprecisa. Es la etapa de los sueños y las convicciones. La creencia en la pureza del ideal y la posibilidad de que se puede transformar el mundo. El pensar que antes los otros no tuvieron el compromiso justiciero para hacer las cosas bien y con honestidad. Es la primera parada del tren desbocado de la política.
  2. La realidad que no se esperaba. Todo en la vida son etapas. A la ilusión le sobreviene el desencanto. Al sueño la cruda realidad. Vienen las primeras pruebas para el aún novato. Las primeras decepciones para el enamorado de la justicia y del bien. Comienzan a aparecer las sombras de la realidad que no se esperaba.
  3.  La travesía y sus sorpresas. Luego el político se da cuenta que la política es una consecuencia de la vida: con sus injusticias y contradicciones. Con sus sorpresas dolorosas y el desencanto de la condición humana. La política nunca es lineal. Son problemas y de vez en cuando algunas satisfacciones. Es la fascinación de formar parte del reino del poder. Del glamur y la relevancia.
  4.  La construcción de enemigos. Los enemigos se construyen a veces sin quererlo. Los mejores enemigos son los de casa. Esos que conocen los movimientos desde adentro. El cuarto de máquinas y los puntos débiles. El poder también es una guerra interna. Una guerra soterrada donde la traición asecha silenciosamente.
  5. La traición de los amigos. Nada tan relativo como los amigos en política. Política y amistad dan paso a un concepto más exacto: complicidad. Son los intereses comunes, los acuerdos cómplices, los que sostienen las amistades en política. Y eso, pues ya no es necesariamente amistad. Por eso, el político debe acostumbrarse a la traición de los amigos.
  6. El recuento de los daños. Pobre del que piense que se puede salir sin un rasguño o un golpe grave de la política. Nadie sale como si nada de las batallas políticas. Son cicatrices que duran para toda la vida. Cada político debe tener siempre un recuento de los daños. Y saber vivir con ello.
  7. La soledad que duele. El poder dura mientras dura. Se podrá ser un político poderoso por algún tiempo después de dejar el poder. Pero poco a poco éste se irá extinguiendo. Lo que siempre acompañará al político es la soledad inevitable. Esa soledad obligada por el olvido.