1. Delirio de grandeza. Es el más común de los delirios del político, pues casi siempre se cree mejor que los demás. El poder lo confunde del mundo real, y cree que logrará cosas que nadie ha logrado. Que nadie ha hecho. La vanidad lo ciega; la soberbia lo ensordece de las voces que le corrigen o disienten. Solo su razón vale. El delirio de grandeza es una borrachera del poder. Y su resaca es terrible.
2. Delirio por el vestir. El poder es imagen. El político se viste para proyectar lo que es. Y lo que no es. Su forma de vestir saca a flote sus deseos de agradar, de ostentar, pero también busca disfrazar sus complejos. El traje que viste finalmente no quiere decir gran cosa. Un traje caro o un atuendo barato, no impide que el político sea lo que es: un demócrata o un autoritario.
3. Delirio de persecución. El poder y el miedo caminan siempre en paralelo. El poder es por naturaleza desconfiado. Temeroso. Por eso el político siempre ve sombras que le siguen, complots que le acechan. Sospecha de todos: de amigos y enemigos. Hasta de los familiares. La suya es un alma en pena. Siempre lo siguen los fantasmas del miedo.
4. Delirio mesiánico. Detrás de todo político hay un mesías. Ese salvador que siempre estuvo esperando el pueblo y por fin se le ha revelado en su persona. Por eso el político confunde el templete con el púlpito; el discurso con la letanía; el poder con la misión celestial. El poder es tentado siempre por la locura. El delirio mesiánico es una de ellas.
5. Delirio populista. Al político populista le gusta endulzar el oído del pueblo. Decir lo que el público quiere escuchar. Así se gana la porra frenética o el aplauso repetido. El delirio populista siempre ha existido en la historia de la humanidad, pero hoy está más vigente que nunca.
6. Delirio histórico. El poder siempre tiene una historia propia. Una historia a modo. La historia oficial siempre es la historia del régimen. La historia del poder en turno. La que magnifica ese cuento de héroes y villanos, y que acomoda el discurso oficial para hacernos presa de su historia convenenciera. El político siempre padece un delirio histórico y se hace cómplice de sus héroes, a veces ficticios, de la historia oficial.
7. Delirio por la mentira. Mentir se vuelve un hábito en la política. Llega un momento en que el político ya no sabe cuándo está mintiendo. Mentir se vuelve un hábito cotidiano. Una enfermedad imposible de curar.