sábado, diciembre 21, 2024
27.7 C
Asunción

Siete cosas que no nos deben sorprender de un político

  1. Pasar de un partido a otro. En la época actual, andar de partido en partido se ha vuelto una práctica común en la política. En la democracia, los partidos viven momentos de esplendor y de ocaso. El favor de los votantes no son eternos y cada vez los públicos son más impacientes ante los resultados de los gobiernos. Nada es eterno en política, pero el político no está para esperas. Y por eso se va a otro partido. Esperanzado en que ahí podrá reorientar su carrera. O que le irá mejor, aunque no le haya ido mal. Pero no siempre los cambios son favorables. No todos los políticos saben calcular las consecuencias de sus actos.

 

  1. Su oportunismo. El político siempre debe ser un oportunista. Actuar como el caza goles del equipo. Saber cuándo actuar, detenerse y oler la oportunidad para tomar la decisión. La política es un oficio para astutos; para seres que saben olfatear la oportunidad. Que saben alargar el retiro, porque la carrera política tarde que temprano llega a su fin. Por eso no hay tiempo que perder. Las oportunidades pasan y puede que ya no vuelvan nunca.

 

  1. Su pragmatismo. La política es un oficio de lo que es, y no lo que debe de ser. La utilidad y el rendimiento son el credo de los pragmáticos. Hasta el político más soñador sabe que hay que jugar con las reglas de la realidad. Qué hay que ser práctico en cada acción. En cada propósito. Pensar las cosas desde el cálculo político. Sacar cuentas de las ganancias y las pérdidas. Actuar sin tantos ideales. Responder a la circunstancia compleja, con la respuesta que más ganancias políticas ofrezca.

 

  1. Su sentido de sobrevivencia. Los enemigos en política no son fantasmas. Existen y acosan siempre. Y los enemigos no están solo en el bando de enfrente. También están en casa y son los más peligrosos, pues suelen presentar caras amables. Amigables. Falsas. Los peligros forman parte de la política y el político debe saber defenderse. Sobrevivir en una guerra de todos contra todos. Porque, finalmente, eso es la política.

 

  1. Su incongruencia. Política y congruencia, es una contradicción. Todos los políticos se dicen congruentes pero no lo son. Y no por falta de principios y valores. Simplemente porque la política no es una actividad estática. Corre velozmente en la realidad. Lo que sirve en la mañana, no funciona al caer la noche. El político se debe mover para pactar y negociar, para renunciar a veces, a sus propias convicciones, pues por encima de ellas, está el interés de la gente. La congruencia en política, solo es discurso solemne y falso.

 

  1. Su resistencia. El político es un ser público. Expuesto a la ira y al escarnio de la masa. A la sabihondez arrogante de los analistas políticos. A los abucheos y a los gritos de los públicos. La resistencia es la esencia del político. La política no es para seres frágiles. La política no se hizo para todos. Siempre será más cómodo el reclamo y el grito que la resistencia obligada que la política exige.

 

  1. Su dramatismo. Sin drama no hay política. El político se defiende quejándose. Sintiéndose atacado siempre por enemigos reales o inventados. La política finalmente es un gran teatro y los políticos sus actores. Hay que dramatizar para que la gente crea, se indigne y justifique. Dramatizar la política, es un oficio que los políticos aprenden y perfeccionan. Algunos llegan a ser verdaderos maestros.
Guadalupe Robles
Guadalupe Robles
Gerente de Relaciones Institucionales del Grupo Debate. Politólogo por la UAM. Doctor en Derecho de la Información. Profesor-Investigador. Lector disperso.

Más del autor