No es ningún secreto lo fácil que es caer en la inercia de vivir anclados al ayer o
paralizarnos por el mañana. Nos solemos aferrar a nostalgias estériles que solo roban
la paz. El peso de lo que fue o el miedo a lo que será nublan la belleza del ahora. Y
mientras tanto, la vida sigue descontando días sin darnos cuenta.
Hay una crueldad silenciosa en creer que siempre habrá otro día. La dura realidad es
que un día, sin avisar algunas veces, ese “siempre” se acaba. Y muy capaz que solo
entonces podemos comprender que no se trata de tener más tiempo, sino de tener
menos miedo. Y bien que cuesta muchas veces decir lo que sentimos, sea por temor a
parecer ridículos o a no conseguir lo que se quiere.
Postergar se ha vuelto algo inevitable a nivel mundial: mañana será mejor, mañana
tendré tiempo, mañana seré fuerte. Ese mañana podría tratarse de la mentira más
grande que nos contamos. Lo único certero es que los amigos, los enemigos, la
alegría y la tristeza; llegan sin avisar y hay que recibirlos o enfrentarlos sin excusas ni
posdatas.
Por esa y por muchas otras verdades, por todos los días que nos quedan en esta
tierra, que sean sinceros, llenos de ruido y de silencio compartido. Que cuando llegue
nuestra hora marcada, no tengamos ningún arrepentimiento. Que la muerte nos
encuentre con las manos sucias de haber vivido, no con la cabeza llena de mañanas
que nunca llegaron.

Licenciado en ciencias politicas (UNA), editor, comunicador, productor y editor de contenido creativo para medios de comunicacion o intereses particulares
