@peztresojos – Comunicador y Emprendedor Social
Un juego muy popular en los cumpleaños y otros eventos en mi niñez consistía en ponerle la cola al burro, generalmente, con los ojos cerrados. ¿Por qué un burro?¿Por qué ponerle la cola? Son preguntas casi existenciales que afronté durante mi infancia cada vez que debía darle aquello que le correspondía al asno.
Ponerle la cola al burro ayuda a identificarlo, quizás también lo ayude a percibirse como tal, en lugar pensar que es un caballo, una zebra, o peor, un unicornio.
Me siguen traspasando la mente las mismas preguntas: ¿Por qué un burro?¿Por qué ponerle la cola?
En esta oportunidad no me refiero precisamente al asno, sino al Efecto Dunning-Kruger, ese sesgo cognitivo que hace que muchas personas cuenten con un sentimiento de superioridad ilusorio, incluso buscando desacreditar sistemáticamente a las personas más capaces que él a su alrededor, ya que son incapaces de reconocer las habilidades y virtudes de los otros, mientras que sobrestiman sus aparentes habilidades.
Esa incompetencia impide visibilizar la ausencia de dichas habilidades en ellos mismos y lo que es peor, reconocer las verdades habilidades en otros individuos.
Nuestro Gobierno Nacional está lleno de burros sin cola con delirios de unicornios, nuestro deber cívico es ponerle la cola al burro, lograr ampliar su campo visual y que pueda comprender quién es realmente, no con el fin de vilipendiarlos solamente, sino con la esperanza de lograr que salgan del letargo de la negación porque, recién cuando tomamos conciencia de lo que realmente somos, podemos actuar como tal.
Bertrand Russel decía: “Uno de los dramas de nuestro tiempo está en que aquellos que sienten que tienen la razón son ineptos y que la gente con imaginación y que comprende la realidad es la que más duda y más insegura se siente”.
Ponerle la cola al burro ya no es un juego de niños, sino nuestro deber como ciudadanos.