“En política, la sensatez consiste en no responder a las preguntas. La habilidad, en no dejar que las hagan” (André Suarez).
Juicio crítico sobre obras o comportamientos propios. Tal el significado que la Real Academia de la lengua castellana reserva para autocrítica, adjetivo que nos remite a su propia definición, es decir, inclinación a enjuiciar hechos y conductas generalmente de forma desfavorable.
En estos días se escucha y se lee bastante sobre el contenido del mensaje del Presidente de la República al Congreso. Faltó autocrítica sentenciaban los referentes consultados tras el cierre de la ceremonia, dejando claro que el Sr. Abdo Benítez se está despidiendo de su mandato sin hacer inventario de errores como compensación a su lista de aciertos.
Soy un hombre y nada humano me es ajeno proclamaba el dramaturgo de la Roma antigua Publio Terencio Africano en su obra El enemigo de sí mismo en la que el autor se somete a un crudo análisis de su conducta, con amores malogrados por torpeza y un hijo perdido en los avatares de la guerra, culpa de su rigidez paterna.
Yendo a la política, la autocrítica no parece ser un valor exigible. Es altamente improbable que un político en carrera abra su corazón, transparente su alma y vacíe su costal de pecados ante el electorado a punto de decidir su voto. Imaginemos esta escena y este diálogo.
Periodista: ¿Qué tiene para decirle a sus electores, a horas de abrirse las mesas de votación?
Político: En el pasado he prometido cosas que nunca hice realidad. Pero esta vez va a ser distinto. Vótenme y voy a cumplir la palabra empeñada.
Singular desafío para el ciudadano convocado a las urnas. ¿Creerle a quien lo ha defraudado en el pasado? ¿O hacer caso a su natural desconfianza y votar a otro?
El ciudadano reflexivo tal vez sueñe con aquella idealizada democracia ateniense en donde el gobierno de la polis debía reservarse a hombres sabios, justos y virtuosos…
O tal vez coincida, sin saberlo, con el argumento de un gran renacentista, Nicolás Maquiavelo, quien dijo: “…el príncipe no debe temer incurrir en vituperio por los vicios que le sean útiles al mantenimiento de sus Estados, porque, bien considerado, cualidad que le parecía buena y laudable la perderá inevitablemente, y tal otra que parecía mala y viciosa hará su bienestar y seguridad”. El paso de los siglos tradujo este pensamiento en aquello de que en política, los objetivos son más importantes que los medios para alcanzarlos.
A partir de allí, la relatividad se enseñorea en todo manejo político y en ella se mezclan verdad y falacia, promesa y frustración, transparencia y cinismo…
Tal vez todas estas reflexiones parafilosóficas deban ser bajadas a tierra y simbolizadas en frases siempre vigentes en la política pedestre: roban pero hacen, en política dos mas dos jamás son cuatro, la política saca a flote lo peor del ser humano…
Finalmente, y a los efectos del planteo inicial, tal vez la frase del poeta francés André Suarès sea la que mejor lo refleja:
“En política, la sensatez consiste en no responder a las preguntas. La habilidad, en no dejar que las hagan”.
Excelente preventivo para cualquier tentación de incurrir en autocrítica.