Los políticos en campaña tienen incrustado en el cráneo un calendario electoral. Primero, las internas y luego, las generales. Así que no les hablen de otra cosa hasta que en diciembre se resuelvan las partidarias y en abril las de presidente y legisladores.
Mientras tanto, que el pueblo raso se entretenga con la fiesta de Caacupé, Navidad y Año Nuevo, reyes, vacaciones, etc. Pero el pueblo está empezando a hartarse de tanto cinismo y de toda esta mercadotecnia electoral parapetada bajo los boatos de la democracia.
Qué puede esperar el ciudadano de a pie, harto de ver frustradas sus esperanzas, detrás de un boletín de votos con caras de personas que se ríen como botarates. Las respuestas a todas esas preguntas comienzan a ser cada vez más repetitivas. Esperar nada, porque van a encontrar una educación pública cada vez más miserable, tanto en contenido como en infraestructura.
Esperar nada, porque en el IPS, que se lleva casi el 10 por ciento de su salario -si tiene la suerte de trabajar formalmente en situación de dependencia-, la insatisfacción del servicio crece, los turnos son cada vez más largos y hay remedios que, simplemente, ya no existen en la farmacia del instituto y hay que ir a comprarlos en farmacias privadas que, ¡oh casualidad! pululan por los alrededores del hospital central y los zonales.
Esperar nada, porque los hospitales públicos están peor, llenos de burócratas supernumerarios y vacíos de especialidades y medicamentos.
Esperar nada, porque el transporte público es cada día peor mientras los políticos se pasean por el mundo en visitas a sistemas que allí funcionan perfectamente, algunos en ciudades brasileñas y argentinas de los alrededores mejor incluso que en algunos países europeos. Aquí, la cofradía de acarreadores de personas sigue mandando y cobrando subsidios que más que tales son generosos regalos del gobierno a costa del dinero público.
Esperar nada porque la mayoría de las cosas que toca la burocracia enquistada en el Estado las destruye o las anula. Las pocas que se hacen bien corren el riesgo de diluirse ante la embestida de una manada de políticos voraces e inescrupulosos, eternamente hambrientos, sobre todo en tiempo electoral.
Si las tres virtudes teologales son la fe, la esperanza y la caridad, la única de la que podría hacer gala el ciudadano, la paciencia, está agotándose rápidamente.